El Dios que no existe es ese que juzga y manda diluvios o azufre sobre Sodoma y Gomorra.
Ese que coarta con 613 leyes que, según el libro bíblico del Levítico y la normativa de los sacerdotes, tiene que seguir un judío.
O con todas las reglas o vetos que deben o no deben seguir un cristiano, un musulmán o un budista.
Lo más triste es que los supuestos guías religiosos convencen a la gente de que esas normas son divinas.
No, son reglas y vetos humanos, creados para controlar porque la libertad del amor asusta. Dijo San Agustín: Ama y haz lo que quieras.
El Dios que no existe, y en el que ojalá no creas, es el de un castigo eterno, algo inverosímil; el que necesita que le rindan culto.
El que ordena que existan diezmos, que ve mal la sexualidad, que decide en todo instante sobre tu vida. Como si fueras un títere suyo y no un ser divino, gracias a Él, y con libre albedrío para poder equivocarte y aprender.
@gonzalogallog
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