Había una vez un califa que en sus conquistas era humanitario, respetaba vidas y no imponía sus creencias a los pueblos que tomaba.
Actuaba así, bien asesorado por un sabio visir que, en esos tiempos, era como un primer ministro, con mucho poder.
Un día un sultán fue a visitarlo y le dijo: ¿No es mejor sembrar miedo y obligar a los conquistados a que tengan nuestra fe y cultura?
El califa no le dijo nada y lo invitó a dar un paseo a caballo y luego saborear un rico almuerzo con arroz carne, berenjenas y garbanzos.
Al salir el sultán eligió una linda yegua, pero el califa, con un tono fuerte le dijo: “No, quiero que montes en ese alazán”.
Después en el almuerzo, el sultán dijo que quería comer pescado, pero el califa le sirvió un filete de cordero.
Al final le preguntó: ¿Sé que te sientes mal por lo de la yegua y el plato que en realidad te impuse”.
“Sí estoy muy molesto”. Bueno, perdona que así te haya dado mi respuesta a tu pregunta. El sultán pensó un rato y luego dijo: “Gracias, me queda muy claro”.
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