La palma de cera del Quindío (ceroxylon quindiuense), una de las 11 especies existentes en los Andes de Sudamérica entre Bolivia y Venezuela, gracias a la Ley 61 de 1985 es el árbol nacional de Colombia. Aunque pueden vivir más de 100 años, y aún muertas no es fácil advertir su decaimiento, este ícono encontrado durante la exploración de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland por el camino del Quindío en 1801, aparece catalogado como especie vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Pero ¿por qué estas palmas emblemáticas de Colombia, de conform dad con la Resolución 383 de 2010 del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (MinAmbiente) se encuentran en peligro? Su reproducción hasta un lustro por lo menos exige condiciones de humedad y sombrío como las existentes en los bosques primarios que han sido arrasados para establecer áreas de past reo o cultivos, razón por la cual las poblaciones de estas palmas de cera en alto porcentaje senescentes como consecuencia de la potrerización, sistemáticamente y por décadas han sido severamente diezmadas, y continúan siéndolo.
Si en Colombia, de siete millones de hectáreas de bosques de niebla, en lo recorrido de la vida republicana solo resta el 25%, hoy un puñado de bosques nublados de la Cordillera Central, en Toche, Anaime y Roncesvalles en Tolima, Salento en Quindío, San Félix en Caldas y Tenerife en el Valle del Cauca, aún son el hogar para las palmas de cera en Colombia, sirviendo al tiempo como hábitat a especies de aves como el carriquí de montaña, el tucancito esmeralda, el loro coroniazul y el emblemático loro orejiamarillo en amenaza de extinción. Según el MinAmbiente, la ganadería extensiva y la fragmentación del ecosistema boscoso afectando los frágiles ecosistemas del trópico andino, entre ellos el propio hábitat de la palma de cera, son las amenazas en Colombia, puesto que, en los potreros, aunque las especies florezcan y fructifiquen, no logran regenerarse porque las plántulas, que brotan en los potreros donde especies como el murciélago frugívoro las esparce, no resisten la plena exposición solar, o resultan víctimas del pastoreo.
Para la ecorregión cafetera, donde urgen políticas públicas para la conservación de la palma de cera, máxime ahora que el cambio climático con la deriva de los ecosistemas altamente fragmentados, al igual que la expansión aguacatera con sus monocultivos avanzan, debemos declarar un estado de alerta para tomar medidas en los POT, buscando su blindaje en todas las áreas protegidas, y en particular en el Bosque La Samaria de San Félix, en el Valle de Cocora del Quindío y en la cuenca del Tochecito en El Toche Tolima. Veamos:
El Bosque La Samaria, ubicado en el correg miento de San Félix
(Caldas), y sobre la ruta que conduce de Salamina a Marulanda, es uno de los siete bosques de palmas de cera de la nación. Sin embargo, este l gar donde además de pesca deportiva y camping se practica el aviturismo desde años atrás, y que fue uno de los bastiones de las plantas del género Ceroxylon, hoy, pese al esfuerzo de quienes apadrinan palmas donando dinero, se encuentra deforestado por cuenta de la ganadería y la potrerización.
En cuanto al Valle de Cocora, santuario donde pese a estar protegido con el estatus de Parque Natural Nacional, el turismo que ha crecido sin planeación, y tampoco la conservación de la especie ha contado con un programa de resiembra, para aprovechar las plántulas que germinan en los potreros, el lugar ya no es reconocido como sujeto de derechos dado que la Corte Suprema de Justicia declaró improcedente el fallo que le brindaba protección, argumentando que allí no existían nexos evidentes entre derechos vulnerados y problemática.
¿Queda entonces la cuenca del río Tochecito como única esperanza para su conservación? Según expertos en este montañoso paraje, que estuvo aislado durante décadas por el conflicto armado, unas 600 mil palmas de 700 mil que existen en Colombia, conforman el bosque de palma de cera más denso del mundo. Sin embargo, pese a haber estado amenazada por el proyecto minero de la Colosa, dicha área vecina al volcán Machín, que cuenta con una extensión de 4.500 hectáreas, considerando su importancia ecológica debería estar protegida.
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