Las torrenciales lluvias de Castellón, España, acumulando más de 200 l/m² en pocas horas, el metro inundado de Zhengzhou, China, las trágicas inundaciones de Alemania a principios de verano, las lluvias torrenciales en el Sahel de África, además de episodios extraños de origen climático como tormentas fuera de temporada, y olas de calor de varios días o granizadas en pleno verano, son una advertencia de cómo el clima extremo con sus múltiples manifestaciones condicionará nuestro futuro a nivel global, al constituirse en un fenómeno ambiental de profundas consecuencias económicas y sociales.
De conformidad con el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de 2021 presentado hace un mes, si bien muchos de los cambios en el clima no tienen precedentes en cientos de miles de años, y algunos fenómenos asociados que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar y los deshielos en regiones polares y en las cumbres nevadas como lo advertimos en Colombia, no se podrán revertir, también las acciones humanas para mitigar el calentamiento del planeta pueden aún determinar el curso futuro del clima.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en Latinoamérica en lo corrido del siglo Cuba, México y Haití han sido los países más afectados por tormentas tropicales y huracanes, al contabilizar cerca de 29 millones de damnificados y 5 mil muertes, e igualmente Colombia, con más de 10 millones de afectados aparece como el país que registra más desastres por inundaciones; pero también, dicha problemática que caracteriza a América Latina y al Caribe como la segunda zona del planeta más propensa a sufrir desastres naturales, se agrava al tratarse de la región más desigual del mundo.
Si la perspectiva al 2050 es que cerca del 25% de la población mundial, se podría ver afectada por desastres e impactos hidrogeológicos, el actual panorama global con incendios e inundaciones por cuenta del clima extremo, tampoco parece ser el mejor: en lo corrido del año al tiempo que hemos visto pavorosos incendios en el Sur de Europa, Rusia y Norteamérica, donde una de las causas se relaciona con la temporada seca del verano, también observamos graves inundaciones en Norteamérica, China, India y Birmania causadas por monzones severos y Huracanes.
Para Colombia, además de la vulnerabilidad hídrica y pluviométrica por escasez de coberturas vegetales, lo que se expresa en fragmentación de ecosistemas y riesgo de suministro de agua, está el de las hidroeléctricas, fuente que provee cerca del 75% de nuestra energía, pero que con el cambio climático podría dejar de ser fiable: si además del vencimiento de su vida útil cercana a los a 100 años, se suma el costoso mantenimiento para mitigar fallas estructurales, también las sequías prolongadas o la amenaza de inundaciones por lluvias torrenciales, pueden significar riesgo alto para el suministro eléctrico. Actualmente, sin La Niña, al estar transcurriendo la segunda temporada seca del 2021 para la Región Andina, aunque se reportaron 28 incendios forestales que afectaron 89 mil hectáreas, lo singular es que también las lluvias con registros por encima de los niveles históricos, según la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), sólo en julio con inundaciones, movimientos en masa y vendavales, causaron 155 eventos en 113 municipios de 24 departamentos. Añádase a lo anterior, el drama con las inundaciones de la Depresión Momposina, primero las de mayo en el Bajo Cauca antioqueño y ahora las de La Mojana, aunque es un fenómeno recurrente de naturaleza antropogénica.
Ahora, al observar los pronósticos del Instituto Internacional de Investigaciones sobre el Clima IRI para las tres fases del ENSO: La Niña, Neutral y El Niño, al comparar los escenarios del trimestre anterior, contra los estimativos actuales, pese al incremento del 41 al 53% de probabilidad para La Niña, contrastando con la fase Neutral cuya probabilidad cae del 59 al 46%, la que continuará hasta final de año cuando podría alcanzarse el umbral de la fase húmeda del ENSO; entonces, concluiríamos que por ahora, sin La Niña pero con el advenimiento del invierno para la Región Andina con el otoño entre septiembre 22 y diciembre 22, terminaremos el año con más agua.
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