De mi papá recuerdo que era el menor de 20 hermanos, nacido en el área rural de Villamaría; era el más piloso y estudioso; eso lo deduje de su paso por el Seminario de la Arquidiócesis de Manizales, pues su extraordinaria redacción, ortografía y caligrafía, la cantidad de libros, especialmente misales y las reiteradas notas de felicitación daban cuenta de ello. Era ferviente seguidor de Belisario Betancur y Domingo Roncancio Jiménez, llegando incluso a ser sacristán de la Iglesia de Cristo Rey a donde solíamos ir en Semana Santa, a pesar del pavor que de niño sentía al mirar hacia arriba y ver ese atormentado cristo colgado queriendo despegarse de la cruz.
Pero hubo algo que no entendía: al revisar sus archivos encontré que había recibido formación sindical y había formado parte del Comité Prodefensa del ferrocarril de Caldas. ¿Qué hacía un godo, católico, apostólico y romano, como mi papá, metido con los sindicalistas? La historia podría darme pistas. Era claro que en el marco de la hegemonía conservadora (1900-1930) hubo más huelgas que sindicalismo, como la huelga de los puertos de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta de 1919 y la famosa y penosa masacre de las bananeras de 1928.
En el inicio de los gobiernos liberales de 1930, se expidió la Ley 83 del 23 de junio de 1931, firmada por el presidente Enrique Olaya Herrera, en cuyo homenaje hoy se comparte el nombre del Parque del Agua en Manizales. El sindicalismo está de plácemes, pues han transcurrido 90 años de expedición de la que es considerada la piedra angular del reconocimiento de las organizaciones sindicales en Colombia, que sumada a la reforma Constitucional de 1936, del también liberal Alfonso López Pumarejo, que consagró el derecho constitucional a la huelga, se mantienen vigentes bajo la actual Constitución Política en sus artículos 39 y 56 respectivamente.
Pero mientras los comunistas y los liberales hacían de las suyas con el sindicalismo, la Iglesia Católica, desde mucho antes, se había planteado a través del papa León XIII y su encíclica “Rerum novarum” de 1891 (sobre la condición de los obreros), la necesidad de implementar una estrategia para luchar contra lo que la iglesia llamaba “la peste del socialismo”, según la encíclica “Quod apostolici muneris” de 1878 (sobre socialismo, comunismo y nihilismo).
Mientras liberales y comunistas creaban la Confederación Sindical de Colombia CSC (1936) transformada en la Confederación de Trabajadores de Colombia CTC (1943), la Juventud Obrera Católica (JOC) desde 1927, desarrollaba la idea de contrarrestar y competir con los sindicatos liberales en la disuasión y atracción de obreros y clases populares hacia la conformación de la Unión de Trabajadores de Colombia UTC (1946) de inspiración Jesuita y que tenía como única guía la doctrina social de la iglesia católica.
Aclarado lo anterior y al revisar nuevamente el diploma de mi papá, me encuentro con que efectivamente el 30 de septiembre de 1967 recibió un diploma de la UTC de Caldas, que certificaba haber recibido formación sindical. Descansé sin duda al ver que había actuado coherentemente. Ya me imagino como el padre Rodrigo López Gómez, párroco fundador de Cristo Rey, le diría a mi papá “mijito vaya haga ese curso que estos comunistas nos van a quitar la limosna”. Después de mi experiencia laboral en un banco, llevé la hoja de vida a otro banco nacional ya desaparecido y en el proceso de entrevista el jefe de personal me preguntó: “A ver Francisco, ¿usted qué piensa de los sindicatos?” le contesté simplemente: “Son un derecho de los trabajadores”. No me volvieron a llamar.
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