Le pregunté a un “pelao” de un colegio si sabía qué había pasado en Armero y en la vereda Rioclaro de Villamaría hace 35 años y me contestó: ¿qué es eso? Las preocupaciones nos llevaron a “coger” una buseta de Unitrans, en la ruta que va para La Violeta y bajarnos en el restaurante La Chocolera Campestre, que queda justo al ingreso de la vereda Java y emprender una caminata en medio de pronunciadas pendientes hasta llegar a la vereda El Avión, por donde transitaba nuestro antiguo ferrocarril. Siguiendo la vía y después de recorrer unos seis kilómetros llegamos a la carretera que comunica con la vereda Rioclaro. Allí permanece derruida, la capilla que 35 años atrás, congregaba el fervor religioso de una comunidad absolutamente católica, que confiaba más en el poder de la fe que en la interpretación de los fenómenos de la naturaleza. Por iniciativa de la comunidad y algunos miembros de la Alcaldía de Villamaría, dicen, sin saber quienes o cuando, improvisaron una valiosa exposición fotográfica, de autor desconocido de los espeluznantes y conmovedores momentos que se vivieron en Caldas y especialmente en Rioclaro, Chinchiná y Arauca, cuando explotó el volcán Nevado del Ruiz. Las hoy desteñidas y descoloridas fotos, reflejan una sociedad que aún no descubre la importancia de la preservación de la memoria como escenario de desagravio y prevención. Es lamentable, que después de 35 años no exista en la región y en el país, una dimensión y una conciencia de lo que ha significado la pérdida de tantas vidas humanas en una de las tragedias ambientales más graves en la historia de la humanidad. En los proyectos educativos institucionales, especialmente de los Colegios y de las Universidades del área de influencia del volcán no se hace ninguna alusión importante a la preservación de la memoria del lamentable hecho, pues todo se reduce en muy pocos casos a la fijación de una frívola placa que recuerda que “ahí murió un montón de gente”. Debería incorporarse como material de lectura, la maravillosa obra del novelista Gustavo Álvarez Gardeazabal, “Los Sordos Ya no Hablan” escrita hace más de 30 años y que permite comprender e interpretar en un estilo único, lo vivido por aquella época y que nos permite identificar la desidia del Congreso y del Gobierno nacional en cabeza del ministro de minas de entonces, Iván Duque Escobar, padre del presidente Duque. La apatía también implicó a los gobiernos locales de Manizales y Caldas, salvo algunas excepciones como la del exalcalde Hernando Arango Monedero quien bajo la condición de representante a la Cámara, llevó el tema al “sordo” Congreso de la República y con el gobernador de Caldas de la época, Jaime Hoyos Arango, a quien tampoco le pararon bolas. La novela de Gardeazábal está acompañada de sus “notas profanas” que escribía en muchos diarios del país, entre ellos La Patria, presagiando el fatal desenlace. Nadie escuchó. En la clausura de la 5ª edición de la Cátedra de Historia Regional de Manizales y Caldas en homenaje al filósofo Danilo Cruz Vélez, el autor de “Cóndores no entierran todos los días” manifestó, luego de exaltar las virtudes de esta ciudad, la “responsabilidad de Manizales” en la tragedia de Armero. En un fallo que las Facultades de Derecho se resisten a estudiar, el Consejo de Estado mediante sentencia 6639 del 24 de junio de 1994, cerró toda discusión al declarar de manera contradictoria y en un fallo puramente político que no había responsabilidad del Estado, a pesar de lo previsible de la tragedia del Nevado del Ruiz. En fin, será hasta una próxima erupción…
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