El 28 de junio se suele celebrar en el mundo, donde dejan y no es un delito, el Día del orgullo gay. La memorable fecha surgió de los disturbios que se presentaron en el bar Stonewall de la ciudad de New York ese 28 de junio de 1969. Por aquella época, incluso hoy, el derecho a la diversión de un gay, una lesbiana, una bisexual o un transgenerista, era un asunto de policía. Era como ver un ladrón en flagrancia “policía…policía…ahí va un gay…cójalo cójalo”. La historia ha demostrado que ante la ilegalidad, la clandestinidad del bar era la solución y la mafia estuvo presta para atender las demandas de los incomprendidos.
La ley podrá limitar arbitrariamente los derechos de las personas, pero no sus deseos. Todo tiene un límite y esa noche del 28 de junio, inició una serie de protestas que aún permanecen y que permitieron algunas reivindicaciones por el derecho a la igualdad de estas minorías, mejor conocidas y reconocidas como comunidad LGBT.
En pasadas columnas he manifestado mi preocupación por la deficiente educación sexual que se imparte en los distintos niveles de escolaridad, en términos de inclusión e igualdad y que incluyen, por supuesto, a la familia y la sociedad. El grado de civilidad de una sociedad no se mide por la orientación sexual de sus miembros, sino por el respeto y reconocimiento de esas diversidades.
Para comprender estos espinosos temas se requiere: a) dialogar con los saben en términos de conocimiento; b) leer con suficiencia en fuentes infográficas o bibliográficas de respaldo científico, como el portal Publindex del Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación; c) participar del arte y la cultura, como el teatro, las exposiciones y el cine. Para leer recomiendo “No Somos etcétera” (Editorial Pendin Random House, 2018) con prólogo de Brigitte Baptiste y escrito por mi amiga y compañera de estudio Elizabeth Castillo Vargas, actual subdirectora LGBTI del Distrito Capital de Bogotá.
En el año 1997, Elizabeth, siendo estudiante de Derecho de la Universidad de Caldas, organizó y dio inicio con el respaldo de la Facultad, a la primera semana del orgullo gay en Manizales, aun contra la negación del alcalde de aquel entonces Mauricio Arias Arango. El libro es todo un catecismo para entender los derechos a la igualdad y no discriminación de las personas de esta comunidad, con interesantes narrativas históricas sobre sus justas causas, los conceptos de sexo, sexualidad, género, identidad, orientación sexual y un detallado listado de los más de 80 fallos o sentencias que la Corte Constitucional ha proferido en su defensa.
Respetar a los gays no es dejar de decirles “maricas”, es reconocerlos por lo que son, sujetos de derechos, diversos sexualmente, pero iguales a los demás. Resulta lamentable, que en el Congreso de la República tengan que debatir sobre temas absurdos y sin soporte racional o científico que pretendan justificar las “terapias de conversión o reconversión” para “curar” a las personas LGBT mediante exorcismos y ritos de tortura física y sicológica, mejor conocidas como “Ecosieg” (esfuerzos de cambio de orientación sexual, identidad de género o de expresión de género).
Ser LGBTI no está de moda; lo que está de moda es la lucha y el reconocimiento por los derechos a la igualdad y la no discriminación. Los gays y lesbianas quieren adoptar los niños que los heterosexuales “no quisieron” y abandonaron; pero la sociedad prefiere la irresponsabilidad al bienestar. La creación del Ministerio de la Igualdad propuesta por la vicepresidenta Francia Márquez, pretende y con razón una sociedad más equilibrada y justa. Que así sea.
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