A raíz de mi artículo sobre “La ciudad de las 3 T”, el distinguido historiador riosuceño, caucano, antipaisa y de raíces alemanas Álvaro Gärtner, ripostó sus preocupaciones ontológicas en la columna “Lo propio y lo ajeno en la Cultura” publicada en LP el pasado 12 de noviembre y donde señalaba respecto de la trilogía Tango-Toros-Teatro que las mismas “no reflejan las verdaderas identidades y vuelven invisible lo característico”. Culminó su “faena” señalando que para promover lo “verdaderamente manizaleño” debe tenerse claro “qué es” y “que no”.
¡Vaya discusión en la que nos ha metido Álvaro!, lo verdadero y lo identitario de Manizales y Caldas. Proponer lo identitario y lo cultural en términos absolutos resultaría altamente complejo e injusto, desconocería el resultado de los procesos de mestizaje y nos haría sentir a los “González” o a los “Gärtner”, por ejemplo, como extranjeros en suelo propio, pues aunque hablemos español, no somos españoles. Que pensarían los autores de los aires musicales de la carranga, el pasillo y el bambuco si se cuestionara lo “verdaderamente” colombiano por el hecho de utilizar la guitarra española y su antecedente la “vihuela” como instrumento principal de sus composiciones e interpretaciones.
La maravillosa película colombiana “Los viajes del viento” de Ciro Guerra, nos muestra con asombrosa sutileza la mezcla y relación intercultural y multicultural entre lo europeo, lo indígena y lo africano a través del acordeón, la guacharaca y la caja, símbolos místicos de la grandeza del Vallenato y de la cultura caribeña. La búsqueda de lo fundamental o de “lo verdadero” no debe sacrificar el sentido de lo folclórico, que en términos de Javier Ocampo López (Las Fiestas y el Folclor en Colombia) “es una concepción del mundo y de la vida, elaborada por las masas populares”.  
Los imaginarios históricos y culturales locales han venido cambiando de manera imperceptible; por ejemplo, la monumental Catedral Basílica de Manizales ha cedido hacia el protagonismo y magnificencia de “La Torre del Cable” o Torre de Herveo, traída del vecino municipio tolimense por un grupo de estudiantes de Arquitectura de la Nacional con la ayuda del sector privado y que se erige de manera imponente diciendo a todos “Yo no soy antioqueña”. 
Entiendo el mensaje de Álvaro, y en materia de lo “propio” se me ocurre el desarrollo de las manifestaciones culturales y folclóricas a partir de nuestras condiciones topográficas: las faldas. El uso del zapato de material en Manizales tenía serios inconvenientes, había que caminar de lado o acudir donde el zapatero a poner sendas láminas de caucho para evitar las dolorosas y penosas caídas, por eso Manizales era y es la única ciudad en el mundo donde los zapatos tienen frenos.
De niño, conseguíamos tablas y las untábamos de sebo o parafina y así disfrutar de la velocidad de nuestras empinadas calles. La evolución de dichas actividades llevó al único ecotorneo en el mundo de “carritos de balineras” ya con varias modalidades, que gozaba afortunadamente del auspicio de LP y que se ha venido convirtiendo en uno de los principales eventos de la feria de Manizales, desarrollado por las principales faldas de la ciudad y que para tranquilidad de Álvaro es completamente gratuito.
Nuestra ciudad puede ser la capital colombiana, americana o mundial de los llamados “deportes de inercia” como el downhill urbano (que ya se practica) y el “gravity” (bicicletas modificadas sin frenos) que merecen acompañamiento y respaldo ciudadano e institucional, en vez de reproche y castigo en favor de estos pelaos atrevidos que ponen a límite su adrenalina y que también contribuyen con la cultura de nuestro único, especial e inclinado territorio.