Estimado Juan José:
Cuando sacamos a colación personajes destacados en el estudio las causas y los efectos de las cosas, como por ejemplo al pensador francés Francis Wolff o al profesor español Fernando Savater, quienes han dedicado tiempo, empeño y cacumen a explicar el por qué la fiesta taurina no es solo cierta sino válida y respetable, vemos con desencanto como todo este esfuerzo ha sido prácticamente vano frente a los enemigos “fundamentalistas” de los Toros, a quienes así califico dada su inmutabilidad dogmática, como también ha sido perdida la labor de tantos otros “opinadores” de menor talla, como es el caso de este vetusto Fraile, quienes nos encontramos todos “mandados a recoger” dado que este debate nunca se pudo llevar al terreno de las ideas, que es donde se ha debido dar, por no haber encontrado, los defensores de la fiesta, interlocutores dispuestos a ello.
Y dado que el tema taurino se ha convertido en un asunto de politiquería barata la discusión se ha degradado al punto que hoy, si se quiere defender la Fiesta habría que rebajarse a usar los métodos que se emplean para tramitar los asuntos de orden legal en Colombia, o sea, el tráfico de influencias, la famosa “mermelada”, el intercambio de favores, la intimidación o la monda y lironda “coima” por servicios prestados. Afortunadamente para el decoro de la actividad taurina y desafortunadamente para su futuro, los taurómacos no hacen parte de esa “moderna escuela” del manejo de cosas, lo que con toda seguridad conducirá a que este espectáculo, que hace parte fundamental de las costumbres y tradiciones de este país, sea prohibido en cualquier momento y que algún desadaptado reclame para sí el pírrico triunfo de la insensatez y la irracionalidad sobre el respeto, la razón y la dignidad. Que tanto les dure la dicha, no lo sé; aquello que va en contravía de la razón se da pero no perdura.
Sin embargo, dado que la afición a los Toros pertenece al mundo de los románticos, de los soñadores, de aquellos que tienen algo de artistas y mucho de locos, algunos valientes siguen pensando que aún hay opciones de una “pelea limpia” y por ello han creado un capítulo colombiano de la Fundación Toro de Lidia, entidad que apareció con el fin de defender la Fiesta en la madre patria y cuyos destinos rige el notable ganadero Victorino Martín. Si bien todos deseamos que este onírico proyecto rinda frutos, me siento en la obligación de recomendarles a esos quijotes que, a riesgo de que ya sea tarde, consideren que la primera acción a emprender debería ser la de implantar las reformas y variantes que tantas veces han propuesto algunos aficionados para ajustar el espectáculo a los tiempos modernos sin afectar, claro está, la esencia del mismo; es preciso vivir en el presente y no del pasado.
Hoy que en Colombia los Toros se han convertido en un espectáculo puramente privado, sin intervención del Estado como sucedía anteriormente, es sobre los organizadores o empresarios (amos y señores del mismo) sobre quienes recae, principalmente, la responsabilidad de “morigerar” el espectáculo; o si no gusta la palabreja por su tufillo impositivo, digamos entonces que para modernizar, para adaptar esta actividad a las exigencias de la sociedad actual que en el tema de las relaciones entre el hombre y los animales ha cambiado vertiginosamente en los últimos tiempos, inclusive más que en asuntos de la protección de la niñez, o de la seguridad ciudadana, o de la salud pública, por mencionar solo unos pocos que se han dejado de lado para gastarle tiempo y presupuesto a las relaciones entre racionales e irracionales. Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: Si el país quiere afianzar las aspiraciones de los líderes populistas que hoy están a la caza del poder y garantizarles un pronto y seguro aterrizaje en los cargos de mayor importancia nacional, incluida la Presidencia de la Republica, sigan uds señores representantes de las clases dirigentes tanto económicas como políticas y sociales legitimado acciones delictivas y corruptas, manipulando al Estado en beneficio propio y de sus protegidos, manoseando e ultrajando las instituciones, burlándose de las necesidades y angustias de la comunidad, actuando a espaldas del pueblo, promoviendo la desigualdad entre ciudadanos, apoyando “delfines” incompetentes para acceder a los más altos cargos públicos y haciendo primar su particular voluntad por sobre los deseos del colectivo; sigan así y con seguridad tendremos varios “Aurelianos” en los más altos cargos del Estado próximamente.
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