Estimado Juan José:
Se ha vuelto recurrente en esta patria, hoy más boba que nunca, que aquellos que por una u otra circunstancia no comprenden, no aceptan, no les conviene o simplemente no quieren cumplir cabalmente con sus obligaciones como miembros del Estado de derecho al cual pertenecen, tomen como el deporte de moda contradecir vulgarmente el ordenamiento jurídico que para la buena y ordenada marcha de la sociedad existe en Colombia.
Estos permanentes ataques a la institucionalidad los iniciaron los politiqueros de la era moderna buscando torcerle el cuello a la legislación vigente para, las más de las veces, buscar impunidad para sus fechorías. Vergonzoso ejemplo que, por lo conveniente para quienes lo emplean e inconveniente para la estabilidad de la nación lo han seguido aplicando ciudadanos e instituciones de toda laya incluido últimamente el Concejo de Bogotá en moción liderada por una señorita, reconocida nacionalmente por su fanatismo antitaurino, de nombre Andrea Padilla, secundada por el hijo de un mártir de la democracia que luchó y murió precisamente por buscar respeto para las instituciones las cuales, al momento de su muerte, se encontraban seriamente amenazadas por agentes del mal que buscaban imponer el caos para, en últimas, poder reinar.
Y no sé si consciente o inconscientemente, caos para el establecimiento es lo que da la impresión que buscaran todos aquellos que torpemente violan, contradicen, atropellan e irrespetan la institucionalidad a través de sus acciones retadoras e insensatas.
En lo que al tema taurino se refiere éste acto del Concejo capitalino de sacar de la manga un acuerdo abiertamente ilegal e inconstitucional no es solo un peligroso ejemplo por la persecución que per se representa y que va dirigido contra una minoría legalmente protegida por la constitución y la ley, sino por el afán de subvertir la autoridad del Estado sin importar las macabras consecuencias que esto pueda traer para la buena marcha de la estabilidad jurídica de la nación, que a nadie escapa es el epicentro de la democracia.
Hoy no te hablo como taurino, mi querido Juan José, sino como un ciudadano que se encuentra atemorizado por los descalabros que esta nueva moda, de seguir fortaleciéndose entre los componentes del núcleo social colombiano, va a acarrear si continuamos aceptando pasivamente que cada que alguien decida que no le gusta lo que se ordena en el marco jurídico de la nación lo ataque, no por los caminos previstos en las leyes, sino por la vía que buenamente le apetezca, sin importar lo atrabiliario que el método que se use resulte.
Y aparte de la anterior reflexión yo me pregunto cómo es que los “dizque” representantes del pueblo capitalino que fueron elegidos teóricamente para proteger los intereses de toda la comunidad, en un momento tan difícil y grave para la economía tanto de los bogotanos en particular como de los colombianos en general, de pronto resultan atacando una actividad que genera no solo impuestos para el distrito, sino ingresos en forma de empleos para el colectivo nacional. No sé si calificar la posición de la señorita Padilla como fascista o como subversiva; o quizá le caben ambos calificativos. Fascista por el totalitarismo que demuestra al pretender imponer, a la torera, su particular punto de vista sobre la tauromaquia y subversiva por su intención (¿o preterintención?) de subvertir el orden institucional de la nación. Otro mal ejemplo para el país.
En Colombia no se necesitan dictadorzuelos; más bien se requieren líderes maduros, sensatos, con ideas incluyentes, respetuosos tanto de los intereses como de los gustos y aficiones ajenas, conocedores y reconocedores de los diversos derechos de que gozan los ciudadanos así no sean de su agrado. No olviden que la grandeza de un espíritu es directamente proporcional a su capacidad de respetar a los demás. Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: Otra peste que azotó al planeta entre mil novecientos diez y ocho y mil novecientos veinte fue la llamada Gripe Española que mató a más de cuarenta millones de personas. España que aportó ocho millones de infectados y trescientos mil muertos a esta tragedia nunca suspendió, durante esos aciagos días, la realización de los espectáculos taurinos. De hecho esa época hizo parte de la llamada “Edad de Oro” del toreo, protagonizada principalmente por Joselito “El Gallo” y Juan Belmonte.
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