Pasando de ser el modelo a seguir en América Latina durante la segunda mitad del siglo XX, Venezuela es hoy, en la mente de la mayoría de colombianos, la peor catástrofe político-económica de la región. No es azar, realmente la situación del país vecino es desoladora. Las libertades personales y la democracia son hoy meras ilusiones, manchadas de la sangre de cientos de manifestantes de la oposición. La situación económica es desastrosa, con tasas de inflación descontroladas (a tal punto que los precios de venta pueden ser reajustados diariamente, inclusive más de una vez en un mismo día).
A esto se le agrega la permanente escasez de productos de primera necesidad, tanto alimenticios como farmacológicos, que causan anualmente la muerte de miles de venezolanos por enfermedades fácilmente prevenibles, tratables y curables. Es pues obvia la necesidad de una discusión en la comunidad internacional sobre la actual situación venezolana.
Sin embargo, lo que es extraño, es el lugar que esta situación ha tomado en el debate político colombiano. Son raros los debates, discursos y entrevistas políticas en los que no se haga mención de Venezuela. Pero no lo hacen en referencia a la necesidad de una acción diplomática para limitar los sufrimientos del pueblo vecino. Lo hacen para asustar a la opinión pública de toda propuesta política de izquierda, muchas veces recurriendo a actos racistas y vergonzosas (como las vallas de la campaña del Centro Democrático), para distraer la atención pública de los problemas que realmente afligen hoy a Colombia, como la inseguridad, la corrupción, la salud y la educación.
Pero si se toma el cuidado de analizar lo que ocurre en Venezuela, vemos que nos sirve realmente de precaución, no contra la izquierda como se ha querido hacer pensar, sino contra el peligro del populismo y del caudillismo. Fueron las políticas populistas para mantenerse en el poder tanto de Chávez como de Maduro las que llevaron a Venezuela a su estado actual.
Pero, y aunque la derecha de nuestro país parezca olvidarlo, el populismo no es un fenómeno exclusivamente de la izquierda. Sin entrar en discusiones sobre el populismo en Colombia, podemos dar múltiples ejemplos que podrían espantarnos de la derecha.
Podemos hablar de Filipinas, donde un presidente de derecha, Duarte, ha emprendido una guerra abierta contra la criminalidad y el tráfico de estupefacientes, proyecto loable, si no se tuvieran en cuenta los métodos ilegales y sanguinarios que han dejado entre 4 mil y 13 mil muertos, la mayoría inocentes, en situaciones precarias, eso sin hablar de uno que otro oponente político.
O hablemos de Turquía y de Rusia, países donde las constituciones han sido violentadas a favor del mantenimiento en el poder de sus jefes de Estado, de la eliminación de cualquier oposición real y de control de la corrupción endémica que azota a ambos países. O más cerca, de Estados Unidos, que paradójico, es el ejemplo que seguimos desde hace casi un siglo, dirigido hoy por un presidente, Donald Trump, con una estabilidad emocional muy cuestionable, abiertamente racista, que culpa de todos los problemas de su país a latinos y musulmanes, que interviene regularmente en las investigaciones en su contra, y que hace parecer cada día más realista la perspectiva de una guerra nuclear.
Esto para solo mencionar algunos, entre muchos, decenas de casos similares.
Vemos pues que el tema de Venezuela ha sido manipulado en las actuales elecciones. Solo ha contribuido a polarizar aún más a un país que necesita ahora, más que nunca el consenso y la unión para enfrentar los retos que tiene por delante al salir de un conflicto de medio siglo.
Sí, debemos tomar a Venezuela como un ejemplo a no seguir, al igual que a Filipinas, Turquía, Rusia o Estados Unidos. Pero no por los bandos políticos que los dirigen, sino por su clara advertencia de los peligros del populismo, de la exagerada concentración del poder, de la falta de respeto de los dirigentes por las instituciones y las leyes, al igual que esa de centrar la discusión sobre supuestos “enemigos” exteriores que tenemos. Tenemos que hablar y enfrentar los problemas reales del país, sin inventaros cuentos de “cocos” inexistentes.
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