Sabemos que en Colombia estamos bajo el mandato de un novato. Una alegórica representación de la política en manos de un bisoño. Alguien que fue nombrado a dedo por un “innombrable”. Una verdadera paradoja. Los resultados no podían ser distintos para nosotros, aunque bien pueden ser los que quería obtener el que allí lo puso, sabiendo que había salido de la nada, no tenía experiencia, carecía por completo de la formación intelectual, la solidez madura, la capacidad moral para gobernar un pueblo.
Esa es la realidad que vivimos. Estamos gobernados por un bisoño. No en vano bisoño es sinónimo de aprendiz, inexperto, novato, neófito, pipiolo, verde, desconocedor, inexperto, primerizo, pinche y practicante. No es posible que a todas las desgracias que nos han marcado desde que somos república, le tuviéramos que agregar la de dejar el mando a un individuo que no tiene preparación para el cargo que ocupa y entonces se haya dedicado a hacer un elogio a la improvisación, una perfecta demostración de lo que es la obediencia mecánica y servil que tienen los títeres con sus titiriteros.
Para ser presidente de una nación no se pueden seguir usando Huggies, tiñéndose el cabello negro intenso con productos que lo decoloran para hacerlo canoso, para dar la apariencia, facha nada más, de “viejo” ducho en esas lides. Ese puesto debe ser reservado para personas del más alto bagaje intelectual, la más alta autoridad moral, los más elevados principios de rectitud y honor al servicio de ese pueblo que va a gobernar.
Porque, aunque él y los seguidores de la secta que representa no lo crean, ese cargo es para representar a todos los colombianos, sin exclusión de clase alguna, independiente de si están o no de acuerdo con los que supuestamente fueron sus planteamientos al hacer proselitismo político, que como sabemos de sobra, aunque no se cumpla en este platanal, son un principio elemental y fundamental que se viola con la misma facilidad con la que se pisotean las normas rectoras de nuestro Estado Social de Derecho.
Colombia no resiste más improvisaciones. Los acontecimientos así lo demuestran. Si a las tragedias de una naturaleza desbordada en furia, con todos los daños irreparables que deja en su camino de desolación, destrucción y muerte, le añadimos la improvisación de un mandatario incapaz de hacerles frente con determinación, inteligencia y energía, estamos ante la realidad de un panorama poco esperanzador.
La tragedia que comienza en el Caribe, no para allá. Se ve en toda Colombia. Un invierno incontrolable, un cambio climático que nos pasa cuenta de cobro: poblaciones enteras destruidas, carreteras perdidas en la montaña o la planicie, derrumbes, pérdida de cultivos; de tierras fértiles convertidas en lodazales. Pero lo peor, seres humanos a la deriva sin esperanzas, sin techo, sin trabajo.
¿Cómo explicar que un gobernante esté dispuesto a prestarle 360 millones de dólares a una compañía aérea que ya no es colombiana, que está al borde de la quiebra y vale la sexta parte de ese valor? Afortunadamente ese desatino no se concretó, por la decisión de un juez sensato que impidió la realización de ese estúpido negocio. ¿Cómo explicar que quien pensó hacer eso, no tenga suficiente dinero para reconstruir a San Andrés y Providencia? ¿Por qué no dejar que sean las organizaciones no gubernamentales, y no el Estado con la Primera dama, los que estén llamando a la solidaridad?
El desafío de la reconstrucción de todos los daños que hay en Colombia apenas comienza. Necesitamos la acción de un Estado fuerte, con un gobernante serio y decidido, que comience sin demora el proceso para enfrentar esta situación climática y su estela de destrucción. Alguien preocupado más por la dignidad de las personas y los seres humanos, que por mantener una imagen falsamente elevada con encuestas cuestionables, realizadas por compañías, que tiene muchos intereses en el actual gobierno.
Iván Duque, usted no puede seguir improvisando. Necesita tener a su lado, con urgencia, una o varias personas que tengan sentido común, que sean expertas en manejo de crisis y tengan don de mando real, para aunar esfuerzos en favor de Colombia, sin esperar retribuciones políticas de clase alguna. Lo demás es naranja agria.
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