Hemos sido testigos de las acciones que adelantó en Cali, la autodenominada “gente bien”, bajo la batuta de la “gente muy mala”. Escuadrones de personas que quieren con pintura gris apagar las manifestaciones de inconformidad de la gente que protesta por la desigualdad y la injusticia. Las preguntas sin respuestas son infinitas. Tratamos de vivir el día a día, respetando las normas de convivencia y civilización que nos imponen como norma, pero estamos frente a la realidad, de saber, que quienes las imponen, son los que las violan sin recato. Vivimos épocas de inversión de los valores, sometidos al azaroso vaivén de los acontecimientos, sin que podamos modificarlos, aunque estemos en desacuerdo con ellos.
Un icono de la ignorancia y falta de principios en Colombia, la senadora Cabal, llama a los escuadrones de violentos que azotaron las marchas en Ciudad Jardín, para con ayuda de esos gatilleros, mercenarios estrato 6, que con impunidad dispararon contra los manifestantes, a hacer un despliegue de populismo barato, convirtiendo la protesta social en proselitismo político, disfrazado con sofistería de “respeto a las normas”. La falta de coherencia de esa parlamentaria, común a muchos de los que ocupan esos recintos, es una realidad que afecta nuestras instituciones. Es en las decisiones de personas como ella, que tenemos la desafortunada y grotesca anulación del “Estado Social de Derecho” que, en la Constitución del 91, dicen que somos.
Ni Social, ni de Derecho. Nos convertimos en una disfrazada dictadura, en la que minorías sin cultura, hipócritas y crueles, quieren poner las condiciones, para que sigamos siendo una vergüenza mundial, en lo humano, político y social. Tenemos tal grado de diferencias sociales, que demuestran la realidad de un país manejado por minorías elitistas, desenfrenadamente clientelistas, para mantener el poder, hacerse a fortunas incalculables, levantadas sobre millones de colombianos que no tienen oportunidades reales de educación, progreso, vida digna, salud, vivienda, tranquilidad y paz.
¿Cómo pretender vivir en paz, en un país levantado sobre las sangrientas apologías a la guerra de razas, etnias, culturas, sexos, ideologías y desigualdad? ¿Cómo permanecer callados ante tanta injusticia y discriminación? ¿Cómo sentirse orgulloso de ser colombianos, en un país que es una alegoría a la desigualdad, la pobreza extrema, el hambre, la miseria, la violencia, la falta de solidaridad y de justicia social?
Colombia no puede seguir este rumbo, sin que se produzca una avalancha social de consecuencias impredecibles. Los hipócritas, que como la Cabal y sus iguales, actúan como sepulcros blanqueados, tienen que entender algún día, que mientras no sea una prioridad el derecho a la vida, mientras el respeto a la misma sea violado impunemente, sin que se tomen medidas drásticas contra los que lo pisotean, ni existan sanciones severas para los actores de esa opereta de mala estofa, están construyendo el camino al desfiladero sin fondo en que caerán las instituciones y la sociedad, porque alimentan una imparable ola de resentimiento, que pasará cuenta de cobro por la falta de solidaridad, justicia, igualdad y respeto a los derechos.
Los violentos y los delincuentes que infiltran las marchas; los miembros de la institucionalidad que se comportan igual a ellos; los políticos y sus séquitos de “lameculos” que se benefician defraudando al Estado, han producido un rechazo generalizado, que como bola de nieve los aplastará, si no lo detienen ya. A tiempo significa ya, antes de que sea tarde y no haya nada qué hacer. Si eso por desgracia llegare a pasar, estaremos sometidos a un futuro desolador, convertidos en un lodazal de impunidad, violencia, pobreza y muerte al por mayor y al detal, que no tendrá freno y volverá añicos lo poco que nos queda rescatable, de lo que un día pensamos pudo haber sido este rincón privilegiado del mundo.
Los sepulcros blanqueados que obtienen beneficios por sus desmanes y despropósitos, caerán un día en desgracia y serán sometidos al juicio implacable, que suelen cobrar las turbas en los paraísos de la injusticia y la desigualdad.
Construir una Colombia viable y pacífica tiene que pasar obligatoriamente por el reconocimiento de los derechos de la gente, acabando con las desigualdades que tenemos y permitiendo a todos acceder a las oportunidades de educación, vivienda, trabajo digno, no discriminación y respeto, que hoy no tienen. Tenemos que pensar en la vida como el valor fundamental, en el derecho que tienen a ella todos los que habitamos este país. Debemos comenzar por limpiar las conciencias, con perdón, pero sin olvido, para no repetir ese melodrama diario de los “sepulcros blanqueados. ¡Qué se olviden de los muros y laven sus conciencias!
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