Creemos que la especie humana, el Homo Sapiens, vino para demostrar que tiene inteligencia y que se preocupa por la vida como bien general, no como un derecho reservado a minorías. Pero nos encontramos con la realidad de comprobar a diario que el animal más depredador, el menos escrupuloso, el menos consciente, el que menos le da importancia a la vida y el devenir, es este bípedo sin plumas, que se paró para volverse rastrero.
Comprobamos a diario que nos hablan de progreso en relación directa con las obras que el hombre construye, destruyendo la naturaleza, porque cree con fe pía que la naturaleza le pertenece y puede hacer con ella lo que le venga en gana. No. Están equivocados quienes así piensan. El hombre pertenece a la naturaleza, no es la naturaleza la que pertenece al hombre. La naturaleza se defiende y protege, respetándola, no sometiéndola.
La vida en su cotidiano nos ha dado muestras incontestables de lo que pasa cuando el hombre osa destruir la naturaleza. Esta le pasa la cuenta de cobro con rigor, dejando destrucción, desolación y muerte. Pero el ser humano no aprende la lección. Él sigue creyéndose amo y señor del universo; cree poder hacer lo que a bien tenga sin que importen los daños causados, solo por el absoluto y despreciable afán de acumular poder y dinero, como si el poder y el dinero, cuando no tengamos tierras fértiles, pudieran servirnos de alimento. Me imagino a algunos acumuladores insaciables de riqueza, cuando ese día llegue, comiendo cheques, billetes o moneda. La indigestión será total y el hambre no será saciada.
Esto les parecerá a muchos una divagación estéril y tonta, pero no lo es. Si no cambiamos, con urgencia, nuestra actitud con el planeta mañana será tarde, estamos irremediablemente condenados a ser los protagonistas del apocalipsis. Es como si los que destruyen la naturaleza, los que contaminan el medio ambiente con sus fumarolas industriales de polución altamente tóxica, los que ocupan en Colombia más de 1 Ha por cabeza de ganado, lo único que aunque robado sigue siendo ganado, con su poder de contaminación, sus flatos y su producción de gases, con sus efectos devastadores en el ambiente, no tuvieran en su inventario mental, la idea de dejar a los que los sucedan un mundo amable, digno, viable, habitable. Creen con fe tan ciega como estúpida, que las cuentas de cobro de la naturaleza no serán con ellos.
Los ejemplos en Colombia, un país privilegiado por la naturaleza, son devastadores. Ciudades con índices de polución insostenibles, en ese culto que se tiene por el cemento y el desprecio que se tiene por los árboles.
Unas ciudades que tienen sus playas con toneladas de basura, porque la cultura ciudadana no existe, porque es más importante hacer que nuestros mares sean basureros públicos y sitios de exhibicionismo de insensatos.
Unas ciudades que crecen sin medida, sin regulaciones estrictas, que las hacen invivibles con esa caravana de mancha amarilla, de carros inseguros y peligrosos.
Ciudades que viven de los estudiantes foráneos, pero se presentan como ciudades industriales, en los que la gran industria es el call center y la producción de bebidas alcohólicas.
Y mientras dejamos crecer sin límite y sin orden las ciudades, el campo está descuidado, sometido a la deforestación, el monocultivo, la ganadería, el acaparamiento de tierras, el desplazamiento forzado de los ancestrales propietarios de ellas, de las que son sacados con violencia, para aumentar las posesiones de los que tienen poder o dinero, sin que les importe un pito el daño ambiental que causan.
Colombia está demorada para tomar la determinación de su verdadera vocación que es agroindustrial, acompañando y subsidiando a los campesinos, que son los que producen comida, estimulando a los que cambien terrenos sin fin, por zonas donde se cultive, se deje brotar la naturaleza, se produzcan toneladas de alimentos, convirtiéndonos en una despensa del mundo, que además protege su fauna y su flora.
El futuro de Colombia, antes del colapso, es agrícola y turístico. No tomar esa determinación que produciría empleo y riqueza, demostraría la insensatez de nuestros coterráneos y dirigentes. Recordemos que un colombiano es siempre más inteligente que un japonés, pero que dos japoneses son siempre más inteligentes que dos colombianos.
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