Comenzaron a barajar candidaturas, para este remedo de democracia convertida en juego. La repartición de las cartas parece muy amplia, pero no es verdad. Aquí no se limitan a corazones, picas, tréboles y diamantes, sino que hacen de cada carta un movimiento político, una cofradía de inescrupulosos, una feria de promeseros políticos que, sin vergüenza alguna, juran tener la solución para todos los males que ellos mismos han creado. Es que la política en este platanal es un negocio lucrativo, del que se benefician infinidad de bastardos.
Lo peor es que ese cuento de bufones y mentirosos, que saben que es falso, pero lo mimetizan de tal manera que los ciudadanos, sometidos por las políticas con la que han gobernado durante décadas, la falta de educación y el analfabetismo, les creen el cuento, acompañado siempre por un regular tamal y el billetico con el que les retienen la cédula, les compran la conciencia y el voto, obligándolos a votar por ellos, sabiendo que después de que pasen las elecciones, los someterán al olvido en el que los tienen durante todo el tiempo que no es electoral. Vivimos en el “abudineo” de los votos, sin que sientan vergüenza y sin que sean controlados y sancionados por sus prácticas deshonestas e ilegales.
Son una cantidad de precandidatos, representando todas las “nuevas” corrientes, en un país que tiene una proliferación de grupos políticos, como si fueran de verdad, sabiendo que son de mentiras. Una amalgama de iguales, separados por intereses particulares, que dicen representar todas las corrientes y todas las contracorrientes, como promeseros engatusadores, que necesitan ganarse los votos de los que los rodean, con las mismas artimañas de los estafadores o los avivatos de profesión. Aquí están perdidos todos los conceptos de principios éticos y de personas que cumplan lo que prometen.
Frente a ese mercado persa de promesas e ilusiones incumplidas, los colombianos tenemos la obligación de tomar conciencia y ser multiplicadores en todos los rincones de nuestra geografía, de lo que significa para Colombia y su futuro, el voto que se deposite en las próximas elecciones. Lo es tanto para la de congresistas y representantes en lo local y departamental, como para la elección del próximo presidente de Colombia, en cuyas manos estará sin duda la suerte que corramos, corrigiendo el rumbo o siguiendo por este camino que nos lleva irremediablemente al abismo sin fondo, en un mundo que cambia a pasos agigantados, dejando rezagados a los que no aceptan o no quieren el cambio.
Tenemos que estar vigilantes, porque todo dice que serán las elecciones más corruptas que hayamos podido tener, con una Registraduría tramposa, con millones de personas muertas, que para su conveniencia o manipulación, tienen asignadas mesas de votación, sin contar con la cantidad de refugiados a los que se les dará ciudadanía para que sirvan de comodines, que pueden utilizar a su antojo, para obtener resultados, no salidos de la legalidad, sino de la entronización de la trampa.
Ya quedó en firme el fraude de Jennifer Arias. También la determinación a dedo del candidato del CD, eligiendo a Oscar Iván Zuluaga, en una “jugadita” de él para terminar probablemente quemándolo y apoyar al indigno “Fico” Gutiérrez, una bomba explosiva sin principios y sin ética, una vergüenza para la política de Antioquia.
Los tibios, indecisos, quieren elegir entre el “menos peor” de todos; un grupo de personajes cuestionados, con una historia personal en lo público muy larga y poco decente. Nunca como ahora estamos en la obligación de vigilar con celo a los que escrutan, a los que reportan los resultados, para que por primera vez sepan que estarán sometidos al rigor del ojo vigilante para controlar el conteo de los votos, la elaboración de las actas de votación y su verificación.
Seguiremos quitándoles las máscaras a los inescrupulosos y tramposos que son precandidatos, para exponerlos en su real dimensión de negociantes de nuestro futuro.
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