Ayer fue la posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos. No estuvo invitado Iván Duque. Tampoco lo fueron Álvaro Uribe Vélez. Por supuesto no estuvo Carlos Felipe Mejía, ni María Fernanda Cabal. Mucho menos José Obdulio Gaviria, Ernesto Macías, o Paloma Valencia. Quedaron en la lista de turistas que pueden visitar a Trump para que le hagan de cadies en el club de golf al que fue a coger a palo las bolas, ardiendo en ira y soberbia, mientras le resuelven los problemas que se abrieron con el “impeachment” y los probables juicios que se le abrirán ahora que no goza de la inmunidad que le daba ser el Bolsonaro de su país.
Parece poco importante, pero es un error inaceptable en un mundo globalizado, en el que un país puede mantener su independencia sin desconectarse de los países que lo rodean, pero sin inmiscuirse en las políticas que son particulares a los otros, con actitud de solidaridad y cooperación con los que son sus aliados, guardando prudente distancia de los que no lo son.
Ninguna democracia real admite que los de afuera tomen partido en sus políticas y decisiones autónomas, pues hacerlo representa una indebida injerencia en su propio destino. El mundo está muy polarizado para cometer el error de dejar que un tercero tenga actividad proselitista en las decisiones electorales de otro, sin que eso tenga consecuencias, que pueden ser funestas, si tomadas como actos de indebida influencia y activismo en grupos electorales de países, en los que políticos entrometidos, participen activamente en los procesos de proselitismo fuera de sus fronteras. El que así actúa, no respeta la democracia, no respeta los límites y está claramente interesado en influir en los resultados de elecciones que les son ajenas.
Las consecuencias no se harán esperar. Los países que tienen entrometidos en sus elecciones tomarán represalias que perjudican las relaciones entre ellos y sus aliados. Una acción inaceptable, que pone en vilo a todo un país, por las acciones de un grupo político que, creyéndose todo poderoso, piensa poder influir en los asuntos internos de otros países.
Como si no tuviéramos suficientes problemas en el nuestro, que es un modelo nada digno de mostrar en el mundo de lo que es una democracia de mentiras, una dictadura hipócrita y solapada con dirigentes políticos sin escrúpulos, muchos de los cuales son los más corruptos que por desgracia manejan nuestro destino.
En este país de injusticia y desigualdades infranqueables, de brechas cada vez más profundas, de pobreza extrema de mayorías, de gamonales que lo manejan como una finca, en la que pueden hacer lo que a bien tengan, burlando los clamores del pueblo que los eligió, la política es una vergonzosa actividad de delirantes que creen piamente tener poder para todo, sin límite y sin control.
Agreguemos a nuestra ya desvencijada democracia, la eliminación de un principio elemental en las que los entes de control, que están exactamente estructurados para vigilar las acciones de los gobernantes, son nombrados por los que nos gobiernan, sin que exista una verdadera relación de poderes y contrapoderes, los controles son ineficientes, no existen o tienen intereses ajenos a sus funciones, actuando en orquesta con el poder ejecutivo.
Eso para darnos una lección que causa deshonra y duda, cuando sabemos que esos órganos no están interesados en cumplir sus funciones reales, que no otras, que la de ser los retenes que sirven para evitar los excesos cometidos por los que nos gobiernan, impidiendo que sus irregularidades y violaciones a la Constitución y las leyes queden en la más profunda impunidad.
Parece que no hay nada que hacer para cambiar ese rumbo equivocado que recorremos hace muchas décadas. Sí hay que hacer y hay que comenzar a hacerlo ahora. No podemos seguir dejando que conviertan nuestra Patria en una vergüenza internacional, pronta para atacar y criticar a los otros, pero muda ante sus propias falencias. El bien común es una prioridad impostergable en una nación que se desangra con la intervención de actores violentos que vienen del paraestado, de las guerrillas, de la delincuencia y del propio engranaje del Estado.
Debemos comenzar a preocuparnos por el rescate de los valores perdidos y la sanción ejemplarizante para los políticos corruptos y las empresas o particulares que los acolitan. De no ser así, que se olviden de la Patria decente que merecemos.
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