El simulacro de fiesta parece de nunca acabar. Todos los candidatos, exhiben su mejor perfil y su más amplia sonrisa para, haciéndose los simpáticos, ganar adhesiones. La excitación que produce la próxima jornada electoral es desproporcionada frente a las realidades que tenemos a la vista. Los más aventajados disfrutan con un placer sin límite, cuando ven la horda de seguidores que les “comen cuento”. No van a solucionar algo, pero les juran que sí. Lo hacen, porque saben que “engatusar” al elector, es el principio de su pantomímica representación de poder. La oportunidad de usar los dineros públicos para volverlos humo, enriquecerse a sí mismos y a sus más cercanos colaboradores, no la pueden perder.
Estamos en una nueva edición de esa comedia repetida durante 200 años de vida republicana, que mantiene en el poder a los privilegiados de siempre, le abre con recelo la puerta a una policlase emergente, que ya sabe que es un filón inagotable que puede explotar sin control. Eso pasa en todos los rincones de nuestra patria. Igual en el sur de los pastusos, en el norte de los guajiros, sus vecinos de costa, los grandes barones electorales, que solo ven superado su poder por la inmensidad de su indignidad. No cambia en el Pacífico, ni el centro del país. Es igual en todas partes, desde la Amazonía, hasta el Darién, desde los Santanderes, hasta el Valle y Cauca. No hay departamento que escape a esa parodia de democracia, para que los electores, con su voto, puedan elegir a los que terminarán poniéndolos en cintura y arrinconándolos.
Parece increíble, pero es cierto. Cada cuatro años les repiten los mismos cuentos y las mismas promesas. La mayoría los sigue ciegamente, sin cuestionamientos, sin preguntas, sin señalamientos, sin explicaciones de programas reales y realizables. No, los vendedores de humo hacen su agosto en octubre, para tener la sartén por el mango, pero el mango también. Es en esa sartén en la que “fritan” a los que los ayudaron a elegir, sin que les importe, sin que les dé vergüenza, sin que sientan remordimientos, que esas bagatelas no hacen parte de su andamiaje personal.
Ya se acerca la fecha establecida para elegir a los que van a regir los destinos de todos los departamentos, las capitales, los municipios, las dumas y los concejos. Miles de candidatos, no pocos de ellos delincuentes con antecedentes penales, en la carrera por ganar a como dé lugar, porque el poder que serviría para trabajar por la gente tiene un ingrediente que les hace perder la noción de realidad, los aleja de lo cotidiano y los separa de los que los eligieron. El poder convertido en un potingue que le da valor a gente que carece de valores; que vuelve importantes a solemnes desconocidos; que eterniza en el manejo de lo público a los poderosos que siempre lo han tenido entre sus manos, como titiriteros o como títeres.
No hay nada que hacer. Mientras los ciudadanos que deben ser los amos y señores de la nación, entreguen a los elegidos el mando, a cambio de bagatelas de poca monta, se dejen seducir por principios sin sustento y promesas de dádivas incumplidas, seguiremos viviendo en este país de política de circo de mala muerte, viendo como los “elegidos” se apoderan de todo a su alrededor; hacen lo que a bien tengan, sin retenes, sin controles reales. Los episodios escandalosos en los que salen a flote las pestilencias de algunos políticos son solo la manera en que unos les cobran a otros algunos desmanes, para demostrar quien es el más poderoso. Es un juego sin reglas, en el que por desgracia pierden las mayorías, pero se vuelven intocables las minorías sin escrúpulos.
Este destino que tenemos y vivimos repetido sin tregua, lo seguiremos merweciendo, mientras no tomemos la decisión de atajarlos, ponerles freno, vigilarlos, cuestionarlos, arrinconarlos; exigirles cumplan con la razón de ser de la política, que no otra, que la de servir a los pueblos, no la de servirse de ellos.
Un día, y lejano no esté, llegará una generación de indignados, que enfrente con valor, sin miedo, a los que hoy los explotan. Un país sin políticos decentes es un barril sin fondo en el que se acumulan todas las purulencias de un sistema, al que no le interesa el bien común, al que no le preocupa el bienestar de mayorías, la posibilidad de mejor futuro para todos los que le dan verdadero valor y significado a una nación.
En pocos días tendremos el cartel de los elegidos. Entonces sabremos a qué atenernos, cuando no hacemos valer nuestros derechos y dejamos que nos impongan sus caprichos.
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