Creíamos ingenuamente que todo lo habíamos cambiado. No es cierto. Estamos enfrentados a una situación que se repite desde hace muchos años en nuestro país, sin que veamos que haya acciones determinantes para cambiar el rumbo. Nada podía ser peor, pero la realidad nos muestra que, en Colombia, siempre todo puede ser peor.
Nos aferramos con ingenuidad a la idea salida más del deseo que de la realidad, de vivir en un país que creemos es un paraíso, cuando en realidad es un infierno. Nadie tiene el menor respeto por la institucionalidad; las leyes son burladas de manera grotesca, sin que a los que las burlan les pase algo. Estamos en el reino de la impunidad, la indecencia, la falta absoluta de valores, la pérdida total de todos los principios, sin organismos de control que le pongan freno a esta debacle.
Nuestro país, una tierra privilegiada, ha sido convertido en un lodazal, en el cual la deshonestidad, la falta de principios, la ausencia de recato y freno, la pérdida de todos los valores, nos han llevado a la realidad de vivir en un país, en el cual los valores no hacen parte de nuestra cultura, son vistos como lujo excéntrico despreciado por mayorías indecentes y sin escrúpulos. Ser testigos de esta debacle y tener que vivir en medio de ella, nos coloca frente a un panorama desolador, que parece no tener posibilidad de cambio.
Las instituciones son cada vez más corruptas. Tenemos una clase política que produce vergüenza, llena de delincuentes de cuello blanco y negro, que unidos a una sociedad que parece ignorarlo todo, se ha convertido en cómplice de los que nos gobiernan a su antojo, sin que les importe el proceso de degradación que vivimos, como si fuera la única realidad a la cual tuviéramos derecho.
El presidente que maneja el país, un títere manipulado por su mentor, es una vergüenza en el mundo entero. Las entidades de control, violando todas las normas establecidas en el mundo civilizado, hacen parte sin vergüenza alguna del establecimiento, no cumplen su función, que no otra, que la de servir de garantes del control político, actuando como un contrapoder, que vigila con celo todas las actuaciones de la policlase que nos gobierna. No, aquí los contra poderes de las entidades de control, están al servicio del ejecutivo, sin que cumplan sus funciones de poderes legislativo y judicial.
El fiscal general actúa como si fuera un empleado de la presidencia, autoproclamado como “El fiscal más preparado que ha tenido Colombia”, es también la representación de la justicia politizada, al servicio de los intereses de un grupo corrupto, en el que actúan como si pertenecieran a un cartel.
Este panorama se repite sin vergüenza alguna en ministerios, parlamento, gobernaciones, ciudades capitales, alcaldías, concejos municipales, dumas, municipios y veredas. Pasa a todos lo largo y ancho de esta sufrida patria. Los grandes medios de comunicación, con mucho periodista prepago, se convirtieron en los alcahuetas que normalizan todo, sin que les produzca el menor asomo de vergüenza.
Nos comportamos como un barco a la deriva, perdido en mares profundos, sin que se avizore un puerto de llegada, en el cual podamos desembarcar, con la seguridad de tener tranquilidad y paz, para no participar de esta realidad en que vivimos. Nos rodea mucha violencia y más cinismo, nos quieren someter los bárbaros de todas las corrientes, que convirtieron este paraíso, en eso que la Azcárate llama con no poca ironía, pero mucha verdad, “Los sótanos del infierno”.
Afortunadamente eso está llegando a su fin, este desgobierno de Iván Duque. Esperemos que pronto podamos cambiar a Barbosa, a la Cabello y a los que como ellos se han dedicado a la realización de obras maestras de impunidad, dejando de lado lo verdaderamente importante, para concentrarse en nimiedades con las cuales todos los días nos meten un gol.
Necesitamos un presidente que represente a las mayorías; uno que se preocupe por las necesidades no resueltas de los marginados, de los pobres, de los que no tienen techo, ni comida, ni trabajo; esos que sufren hambre de verdad y viven con sed de justicia social.
Amanecerá y veremos, como dijo un ciego.
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Adenda: Lamento la muerte del Dr. Rafael Bolaños Mejía. Toda mi solidaridad para su familia.
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