Alguien decía que “el sonido de las víboras es srsrssss… pero yo conozco algunas que dicen: ¿Hola, qué tal?”. Sí, estamos en un país de víboras que hablan español fluido, tanto como su nada envidiable comportamiento, en lo público y en lo privado, que lo segundo no nos interesa, pero lo primero sí; aunque lo público sea el resultado de todas las falencias éticas y morales que tienen en lo privado.
Los acontecimientos que vemos a diario en este descuadernado país, nos dejan atónitos; pero los hechos deshonrosos suceden a tal velocidad, que no terminamos de salir de la primera indignación cuando ya estamos enfrentados a otra, más grave, grotesca, baja y degradante. El país se acostumbró a que nada tiene importancia, porque estamos en un régimen de impunidad e impudicia que produce asco, una verdadera vergüenza para cualquier sociedad que quiera preciarse de ser digna.
Aquí la dignidad vale menos que nada, es vista como un bien suntuario, del que se puede prescindir sin que pase algo. Eso porque en Colombia la deshonestidad se volvió parte del cotidiano, es una “virtud” de los “vivos” con “malicia indígena”, los tramposos que nos manejan, los hampones que elegimos, sin que podamos frenarlos, porque hay intereses superiores al del bien común que no pueden ser tocados o cuestionados, so pena de caer en desgracia, ser sometido al matoneo mediático; esa característica que parece hacer parte de nuestra idiosincrasia, en la cual nadie puede cuestionar al deshonesto, hampón o tramposo, si no quiere correr el riesgo de ser vilipendiado, cuando no desaparecido del mapa, como le ha sucedido a miles.
El periodismo es una profesión dignísima, con alto grado de responsabilidad social. Es la que pone en evidencia lo que está ocurriendo con ilegalidad. Con las excepciones que confirman la regla, se llenó de encomenderos que carecen de principios, no tienen formación personal y se vuelven importantes manipulando opinión, reproduciendo mentiras, sembrando dudas, dando informaciones falsas, utilizando los medios de comunicación para agitar y manipular el ya degradado sistema en que vivimos. Periodistas sin alma pero con precio, aduladores y mentirosos; oportunistas con declaradas y evidentes tendencias de politización de sus opiniones. Esos cortan de un tajo la razón de ser de este arte, que no es otro, que el de informar sin sesgos, con la verdad a secas, duélale a quien le duela. Periodistas mensajeros de burócratas, simples correveidiles de baja estofa, de los que ostentan poder. Eso no es periodismo; es una encomienda degenerada, con la que manipulan opinión y defienden intereses particulares.
El escándalo que se ha desatado con el video de Petro recibiendo un fajo de billetes, acto desagradable por demás, pero que no constituye delito, ha sido utilizado, para que los personajes con más cuestionamientos hagan un alboroto sin precedentes, con el que quieren tapar el verdadero desorden que tenemos, suma de todas las purulencias, falta de honor, de escrúpulos, deshonestidad y cinismo de nuestros dirigentes.
El fiscal general de la Nación, sin ruborizarse, dijo que iba como ciudadano a defender su honor, pero utilizó la Fiscalía, y personal de la misma, para tratar de explicar el entuerto, sin convencer a alguien sensato, que dice la verdad, perdiendo toda credibilidad, demostrando que en Colombia un hombre de tan baja estatura moral puede hacer que la Fiscalía, un órgano regido por principios limpios y cristalinos, se convierta en un lodazal, lleno de podredumbre, en el que hoy los colombianos no confían.
Para desviar la atención, no falta la indigna parlamentaria que presenta un video sin audio, con el que logra desviar la atención, poniendo en la picota pública, con la honra destruida, sin que se haya demostrado hasta ahora acto violatorio de la ley, a un hombre que ha enfrentado al establecimiento, responsable de que muchos crímenes y delitos graves, nacidos curiosamente en la época en que nos gobernó su amo, no quedaran impunes. Como él se disponía a destapar la olla podrida que rodea al gran magnate colombiano, tenía que alejar la atención, para que con su “aval”, lo que es el escándalo más grande de los últimos tiempos, pase a segundo plano.
Pero esa sucia paloma no lo logrará. La indignación en Colombia llegó a niveles que la gente no resiste más, ya no se queda callada. El juicio le llegará con toda la fuerza que tienen las olas cuando agitadas se vuelven tsunamis.
Ya hablaremos de Pablo Felipe Robledo, quien como Superintendente de Industria y Comercio, tuvo agallas para castigar a muchos carteles, pero no tuvo inconveniente para ser responsable de que Odebrecht no tenga que responder en Colombia por sus delitos. Sus mensajes actuales no son los de un hombre acrisolado, son palabras llenas de veneno, de alguien que seguramente estará en el ojo del huracán. Ya veremos si hay alguien con pantalones y honestidad para ponerlo en su sitio.
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