Alguien ya lo había dicho: “En Colombia todo el mundo se queja de no recordar por falta de memoria. Pero curiosamente y con cinismo, nadie se queja por falta de carácter”.
Vamos a hablar de alguien que no es santo y que por supuesto no tiene clemencia, aunque su apellido sea Sanclemente. Un personaje cuestionado, con una vida que ha dejado muchas dudas en sus actuaciones públicas. Sí, el mismo que es embajador en Uruguay. Ese que ahora está en licencia, porque tiene la falta de dignidad personal y de carácter para renunciar a ese cargo, cuando se encuentra en medio de un escándalo mayor que no ha podido explicar. Ese injustificado centro de cultivo y procesamiento de cocaína en una finca de propiedad “de su familia”, que han tenido desde hace 44 años en sociedad, de la que curiosamente era el representante legal de la finca, en Guasca, Cundinamarca.
Explicó con más cinismo que convicción, que la tenían arrendada, como si los dueños no estuvieran enterados de que se encontraron tres centros de procesamiento de cocaína, con abundantes insumos para su procesamiento. Para posesionarse como embajador, le entregó la representación legal a su hermano Gilberto Sanclemente Alzate. La sociedad se llama “Las Colinas de Guasca Ltda.”, dedicada a “la cría de caballos de carreras, lechería y cría de ganado Angus”, aunque ha servido como un monumento escondido de indecencia al cultivo y procesamiento de grandes cantidades de cocaína.
La constatación de la existencia de los tres laboratorios fue revelada por la FGN, entidad que informó que “en dicha propiedad se producían cerca de dos toneladas de cocaína al mes”. Incautaron insumos y comenzaron el proceso y los trámites de extinción de dominio. Por supuesto, los propietarios salieron a decir que en la finca de 176 hectáreas, hay “un amplio bosque de pinos donde se camuflaban los encargados de operar la producción y el cultivo”. Eso tiene mucho de “cuento chino”.
Eso no es suficiente, para que el que no es santo, ni tiene clemencia, tenga la decencia y dignidad de renunciar a un cargo de representación diplomática, de alto nivel, que por supuesto ha sido comentado en muchas partes del mundo, como increíble, inverosímil, vergonzoso e inaudito.
¿Hay en el mundo un ser humano que no sepa que en su finca, los supuestos arrendatarios tenían cultivos ilícitos, a escasa distancia de la casa de la finca? Uno cree que no, pero Sanclemente nos demuestra que sí.
El flamante embajador Sanclemente, ya había tenido antecedentes cuando fue director de Aerocivil en el gobierno del pobre finquero improductivo Álvaro Uribe Vélez. Fue llamado a juicio en el 2010 por la expedición de la resolución 6649 del 27 de diciembre de 2007, por medio de la cual adjudicó “la interventoría de las obras del aeropuerto El Dorado, adjudicado a la firma que ocupó el segundo lugar…, declarando injustificada la causa para no suscribir el contrato con el consorcio ganador”.
Muchas explicaciones le debe al país y a la opinión pública. Explicaciones que tienen que ser contundentes, para exculparlo de lo que hasta ahora parece un cuento mal contado, del que nos falta saber mucho, pero que con el tiempo y teniendo en cuenta los personajes que están ya presos y los que dicen son los dueños del negocio, se decidan a hablar sin miedo. Claro que en una situación como esa el miedo paraliza a cualquiera, que sabe que abre la boca y le arrancan el pico.
¿Pero, qué deja esta noticia horrorosa entre los ciudadanos de bien? Solo dudas y una arrolladora carrera de silencio, con los que se goza de impunidad e inmunidad, aunque sea deshonroso gozar de esas prebendas en un caso como el citado. La noticia ha pasado de ser un escándalo de gran magnitud, a convertirse en pequeños comentarios de corrillos, que le quitan trascendencia e importancia.
Colombia convertida en el edén de los corruptos, de los mudos, de los que no saben algo e ignoran todo; de los protegidos por clanes políticos que se precian de ser transparentes, cuando son opacos, llenos de hollín y de basura. Centro de operaciones de grandes grupos delincuenciales que operan dañando nuestra tierra, nuestros campesinos, nuestra geografía.
Si Fernando Sanclemente tuviera dignidad, ya habría renunciado. Pero parece que no la tiene.
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