El martes fue el día del periodista. Se celebró para reconocer el trabajo de los que eligieron el oficio de informar. Muchos lo merecen, pero la mayoría no tienen la dignidad para ese reconocimiento. Convirtieron el oficio en una profesión degradada, con la que desinforman, crean tendencias y reciben dádivas generosas y muy grandes para hacerlo. No son pocos, son muchos los que están en esa categoría. Convirtieron la noble profesión en mina inagotable que se nutre de mentiras, falsas noticias, manipulación de la información con fines políticos o económicos, que benefician a sus empleadores, empresarios sin ética y sin valores, dispuestos a todo para ganar adeptos y mantenerlos cautivos con engaño y sofistería.
La razón de ser del periodismo decente y ético se metamorfoseo por cuenta de negociantes de la información, que aprovechan la inmediatez y la falta de memoria de los que los siguen, esos que no corroboran la información, manejados por los manipuladores de opinión. Un periodismo así es una desgracia para una nación, para la gente, para el mundo entero. No parece importarles, en un mundo en el que es más valioso tener que ser; una cultura en la cual el poder no es nacido de la verdad, sino de la influencia que tienen en los ciudadanos del común, que les creen ingenuamente y sin cuestionamientos, sus falsedades o distorsiones de la verdad.
Un periodista digno no negocia sus principios, ni vende su dignidad. Tampoco necesita convertirse en famoso por la información no confirmada, salida de investigaciones superficiales, que se nutren del chisme y del rumor. Estamos enfrentados a la realidad de medios dedicados al negocio de volver tendencia la información falsa que reproducen sin pudor y sin rigor, sabiendo que no tendrán problemas en una sociedad que, idiotizada y manipulable, no cuestiona, no contesta, no discute, no confronta.
Es a ese número creciente de “periodistas” mediocres y sin valores, a los que debemos buena parte de la polarización creada desde los medios de comunicación y desde las redes sociales, convertidas en verdaderas letrinas, en las que se escupen los intereses de los que desinforman y manipulan. En Colombia hay ejemplos por montones de esos bárbaros, que en el ejercicio deshonroso del noble arte de hacer periodismo, tienen al país mal informado, polarizado, haciendo eco a esos caciques que les pagan para poder crear tendencias que no se discuten, ni pueden ser puestas en duda, aunque nadie las haya probado.
Pero en medio de tanta mediocridad, de tantos manipuladores de la noticia, tenemos que reconocer el valor de los que sin importar las consecuencias y asumiendo los riesgos, se atreven a ser fieles a sus principios, para presentar su verdad y someterla al escrutinio público, respondiendo con honestidad a los cuestionamientos que se les hagan, corrigiendo oportunamente cuando se han equivocado o han tenido una percepción errónea de un tema sobre el cual opinan o dan información.
Es que la verdad no es propiedad de nadie en particular, pero los que la conocen no pueden cometer el atrevimiento de distorsionarla para obtener beneficios y crear falsas concepciones de la realidad en la gente que recibe la información. Ejercer el periodismo con decencia y honor, va mucho mas allá de cuanto sea el dividendo que se gane, es el reconocimiento y la honra que se debe a la verdad.
Los ciudadanos bien informados, que pueden participar en discusiones colectivas sobre su destino, son los únicos que pueden cambiar este modelo de comportamiento que se volvió una costumbre. Por desgracia, esa costumbre atenta contra el progreso de una región o de una población entera. Tenemos que comenzar a ser vigilantes de los que nos informan, contradiciendo lo que no sea cierto y poniendo la comunicación recibida, libre para la discusión pública, sin que se necesite violencia.
En fin, debemos dejar de utilizar la información como un arma que sirve a intereses poco nobles. Pero sobre todo debemos reconocer el valor del que informa con la verdad, ese que no tiene precio, no es comprable y no se vende.
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