Todos los días nos tienen una sorpresa, que fuera de ilegal es indecente. Se perdió el respeto por lo que dicen es una democracia, actúan como si estuvieran en una dictadura civil, hipócritamente disfrazada, cínicamente presentada, con un desprecio total e indecente de los principios constitucionales, y las normas que nos rigen como un supuesto “Estado Social de Derecho”. Duque va actuando a la topa tolondra, socavando a diario la institucionalidad y burlando todos los principios rectores establecidos en nuestra Carta Magna.
Creeríamos que le importa, pero no es verdad. Como buen mandadero, hace lo que le ordenan desde el movimiento político al cual pertenece, sin que le dé la menor vergüenza, sin tener conciencia del mal que le hace a nuestro país, con esa economía de naranja podrida, que se siente en el ambiente agrio y el mal olor que respiramos a diario en los actos de gobierno. Este país ha sido convertido, bajo su mandado, en una letrina pestilente, donde las acciones del cotidiano producen vergüenza y nauseas.
La realidad que vivimos es la de un país manejado por un grupo de sociópatas, con no pocos rasgos de psicopatía, que hacen lo que quieren, sin que importen las consecuencias. Con la personalidad manipulable y obediente de Duque, no podríamos esperara nada distinto, a este estado de crisis que vivimos en los sectores sociales y económicos de Colombia, con algunos privilegiados muy poco honestos que se benefician del caos, que son premiados por su apoyo irrestricto, preocupados más por el bienestar de sus empresas y fortunas, que por la prosperidad del país.
Pero lo peor no ha pasado, está por venir en época preelectoral, cuando se unirán muchos de los payasos que entran en contienda, para demostrarnos que el ejercicio de la política en este platanal es una actividad que tiene más de gueto delincuencial, que de disputa de principios democráticos. No se escucha una sola propuesta de importancia en el intento de cautivar votantes, todo se ha convertido en la multiplicación de precandidatos, sin formación, sin ética, sin valores, sin respeto por la democracia, dejando claro que esta república bananera todavía puede manipularse con los cuentos chimbos de los que aparecen en el panorama político, para mostrarnos el desprestigio que tiene la clase política de Colombia, no preocupada por el bien común, sino obnubilada en la concentración de poder, para hacer con el lo que a bien tengan, independiente de que con ello le causen un daño irreparable a toda una población, que necesita soluciones de verdad y no promesas de mentiras.
Este país no resiste más propuestas de frutas jugosas, sacadas de un imaginario irreal, para defraudar a la gente. Estamos ante la realidad de una policlase sin vergüenza, que se hace a los dineros públicos y gasta billones de pesos en nada, olvidando por completo la inversión social que necesita con urgencia nuestra patria, abandonada a la suerte de los “manilargos” y defraudadores del erario que se anclan a sus puestos, porque saben que con indignidad y rapidez se van a enriquecer, robándose los dineros de los contribuyentes.
El saldo a la fecha es devastador. La cantidad de dineros que se han perdido es inimaginable. La indignidad es total y las acciones de los entes de control para evitarlo son prácticamente nulas. Eso sin dejar de contar que en esos entes de control se ha formado una cadena de amigos que con servilismo total y en contravía de lo ordenado en la ley, no ejercen su función y dejan que pasen esos actos mayores con total indiferencia.
Creemos que estamos lejos de las elecciones de parlamentarios y de presidente, pero no es verdad. Todo hoy gira alrededor de una campaña política sucia y degradante, que demuestra el bajo nivel de los candidatos y la podredumbre de los partidos que los acogen.
Es necesario pensar en la posibilidad de un país digno y decente, manejado por personas honestas. Para eso, tenemos que cambiar casi la totalidad del Congreso y de las administraciones departamentales y municipales, los concejos y las dumas. Necesitamos reeditar la decencia y honestidad como pilares de la política, para pensar en una Colombia digna, humana y honesta, sobre la cual podamos comenzar a edificar un futuro distinto, justo y digno. El cambio no da más espera.
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