Vivimos momentos difíciles en esta realidad, llena de enfrentamientos en lo político, que llevan a la incertidumbre de lo que va a pasar, en un país que, acostumbrado a vivir en los extremos de la injusticia y la desigualdad, económica y social, tiene hoy un nuevo gobierno, al que hacen responsable de los males que han dejado décadas de malas dirigencias y peores políticas de Estado.
Los grupos que manejan nuestro destino, irresponsable y clasista, dejaron millones de colombianos sometidos al olvido, al abandono, sin que importara que desplazándolos, amenazándolos o matándolos, cocinaban un caldo de cultivo que originaría la protesta social, la manifestación popular de desprecio por la institucionalidad débil, levantada sobre frágiles cimientos de una lucha de clases, no declarada pero real, en la cual pocos tenían todo, muchos tenían poco y la mayoría no tenía nada.
Esa visión miope de nuestra sociedad y de nuestra política, agregada al desgreño y cinismo del manejo del establecimiento, ha tenido al Estado como fuente de poder, favoreciendo privilegiados, sumisa con los caciques, los nuevos ricos, los burgueses, por el poder que tenían, adquirido muchas veces ilegalmente, con empresas organizadas para delinquir, ha sido una realidad dura con los ciudadanos, indolente con los marginados, dejados a su suerte, sin que le importen a los que han gobernado. Solo los recuerdan en épocas electorales, porque necesitan hacer unas elecciones que parezcan democráticas, cuando los resultados de las mismas han sido manipulados desde entidades manejadas por personas que no tienen ética, pero conocen como nadie los intereses que se mueven detrás de todo el poder.
Cuando llegó un cambio en la política salieron a flote los intereses, los privilegios que existen, sin que a los colombianos les de vergüenza hacer parte de esta república desigual e injusta, tramposa y deshonesta, corrupta y cínica. Esa de la que hacen alarde los que se creen aristócratas, en un país en el que hay burgueses de mayor o menor envergadura, adueñados de todo, manejando una nación como su feudo, destruyen la institucionalidad, sin que los entes encargados de vigilarlos hagan algo para frenarlos, solo porque son nombrados por los que se adueñaron del poder, para manejar mal una nación, pasando por alto todo lo decente, correcto, honesto y justo.
Un país de extrema derecha inescrupulosa, enfrentado a una extrema izquierda tan inescrupulosa como la primera, porque son las dos caras de una misma moneda. En el medio se debaten los de derecha moderada y decente, y su contraparte, dejando un amplio espacio para los indecisos que pasan de un extremo al contario sin dárseles nada, como jugando en un mundo irreal, pero sufrido, de “ires y venires”, que privilegian a pocos, se olvidan de sus compatriotas abandonados o utilizados para originar el caos, cuando las condiciones no los favorecen. Siempre habrá idiotas útiles que toman partido por sus opresores, porque tienen carácter de esclavos.
Por eso era necesario un cambio. Pero no uno como el de la Venezuela de Chávez y Maduro, la Nicaragua de Ortega, la Argentina de los Kirshner, la Cuba de los Castro, la Correa de Kim Jong-un. Tampoco la Rusia de Putin, ni la China de Xi Jinping. Necesitábamos acercarnos a sociales democracias decentes como la canadiense, las europeas, donde el valor de todos es el mismo, con los mismos derechos, sin pretender acabar con los ricos, pero se comenzando a acabar con los pobres, injusta e inhumanamente dejados en el olvido, sometidos al triste destino de su suerte.
El dinosaurio estatal colea en su agonía, no tendrá reparos en causar la “hecatombe” prometida, para no perder su capacidad de aplastar las ilusiones de un pueblo que anhela cambios que no dan espera. Para eso es necesario que el presidente Petro entienda que no todo vale, que no se pueden unir fuerzas decentes con delincuentes para poder manejar el país. Eso sería dar la razón a los déspotas de siempre.
Tiene que salir el congresista que alcohólico agrede al policía, el político que insulta al elector, el farsante que llegó al poder con artimañas para poder tener un trabajo distinto al de promocionar jabones, al manipulador de comunidades afro o indígenas a las que no representa. Hay que comenzar a barrer toda esa estructura política que usted organizó para que el cambio prometido sea real, no un camino para repetir la historia que vivimos nosotros y nuestros países hermanos y vecinos.
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