La hecatombe había sido anunciada con antelación por Uribe. La encrucijada que le atravesaba el alma, no era otra cosa que la necesidad de mantener el poder a cualquier costo, para manipular a Colombia entera, enriqueciendo a sus amigos y a los que le son próximos, para tener el control absoluto sobre un país, que alterado y con desigualdades infranqueables, le conviene para poder lograr su propósito.
Por eso apostaron a patrocinar la candidatura de Trump y hablar de él como si estuvieran haciéndolo de otro mesías, solo que más poderoso, porque en lo inescrupulosos y en lo sociopáticos, no se sabe cual es peor; seguros estamos de que no están distanciados por mucho y compiten de cerca. Son personajes funestos para sus países y para el mundo. Lamentablemente el país de “el gran rufián colombiano” es el nuestro. Por eso será este el que sufra las consecuencias, derivadas de la indebida injerencia de políticos de baja estofa, en las decisiones que toman otras naciones cuando eligen a sus mandatarios.
Se equivocaron por completo y ahora verán las consecuencias que tomarán contra nosotros, cuando trataron de vender allá la idea (participando en reuniones políticas, lo que de paso debe ser prohibido para extranjeros), presentando al presidente Biden como patrocinado por el “castrochavismo”. Se necesita haber perdido la razón o tenerla muy alterada, para imaginar eso de un país que representa el capitalismo en su máxima expresión.
Los mensajes de Álvaro Uribe, María Fernanda Cabal, Carlos Felipe Mejía y Ernesto Macías; los de Paloma Valencia, José Obdulio Gaviria y sus compañeros de grupo, en ese monstruo llamado CD, que tiene comportamientos de “pandilla”, más que de grupo político, que por su puesto no es de centro, es de extrema derecha con lo siniestro como suele ser. Tampoco es democrático, sino autocrático e hipócritamente dictatorial. Ellos hicieron una intromisión indebida en la política de otro país, con la que esperaban obtener buenos dividendos, en su negocio pérfido y maloliente, con el que tienen dominada esta nación, en la que se aferran al poder a cualquier costo, con cualquier trampa, sin importar la clase de malandros y hampones que los patrocinan y con los que se codean en su rutina política.
Esperemos para ser testigos de lo que pase con ellos cuando intenten ir a USA para buscar a los que allá le tienen una calle con su nombre, como un recuerdo inolvidable. Será igual o peor que otra la calle a la que bien podrían ponerle el nombre de Al Capone, Gánster Street. La hecatombe parece haber comenzado para ellos fuera de este platanal. La encrucijada será al fin resuelta, con los que tienen rabo de paja como ellos, acercándose a la candela, para ver, no un espectáculo de luces con el que se terminan todos los grandes eventos, sino el incendio incontrolable que marcará el comienzo del fin de ese antro político.
La falta de respeto absoluto por los valores fundamentales de una sociedad, demostrada por ellos y sus seguidores; la ausencia total de principios de buen gobierno, cuando no se preocupan por el bienestar de los que los eligen, terminará por pasarles las cuentas de cobro a esos usureros del poder, que se han adueñado impunemente de nuestro país, convencidos como están de que nada pasará.
Pero algo tiene que pasar. No podemos seguir viviendo en el paleolítico político, solo porque a unos personajes sin vergüenza y sin escrúpulos, que son apoyados por periodistas y medios de muy cuestionada reputación y baja calaña, carentes de dignidad, se les antoja hacer de este país maravilloso en que vivimos, un pozo séptico que afecta a los colombianos de bien, a los honestos y decentes, a los atribulados y pobres de solemnidad, que son mayoría, esperando las reivindicaciones sociales que cualquier país decente les ofrecería.
No podemos seguir siendo manejados por un títere en cuatrimoto que no tiene oficio distinto para darle que el de reemplazar a la “Negra Candela” en uno de esos canales que los patrocinan, porque saben que con eso salen premiados en la piñata indecente de la “Economía Naranja”.
Llegó la hora de cambiar. Solo se necesita elegir bien a los parlamentarios. La clave está en el 55/86 que se necesita para poder ponerlos en cintura y tener un gobierno decente y pluralista, preocupado por el bienestar general y la prosperidad de las mayorías en Colombia.
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