La naturaleza cobra sin duda alguna, con intereses de usurera, los desmanes que el ser humano comete contra ella creyendo que la domina, sin reconocer, con ingenuidad inexplicable, que la naturaleza se puede obedecer y se tiene que respetar, pero que es imposible dominarla. La realidad que vivimos aquí, entre nosotros, en nuestro país y fuera de él, está para demostrarnos que el animal humano ha perdido mucho tiempo en su proceso de evolución, malgastando energías y fuerzas destruyendo la naturaleza, acabando el medio ambiente, contaminado el aire que respiramos, el agua que tomamos, y haciendo una carrera loca y sin sentido, para deforestar el mundo, dejando desolación y muerte por doquier.
Las evidencias que nos da la naturaleza, cuando se sacude de la destrucción y de la manipulación sin control que le causamos los seres humanos, dejan por todos los rincones desolación y muerte. Es una verdadera tragedia escuchar los noticieros y saber de los pueblos devastados, de las vidas perdidas, de las familias y las personas que lo pierden todo. En medio de la avalancha, el raudal o el viento huracanado, la tierra deja al descubierto nuestra fragilidad como seres finitos, demuestra la necedad y osadía con la que hemos desafiado su poder y la obstinación con la que actuamos, al seguir destruyéndola, sin que eso parezca importarle a muchos, a sabiendas de que tarde o temprano vuelve una nueva y trágica sacudida, para mostrarnos que somos briznas de polvo en manos de la naturaleza.
La nueva ola invernal que estamos atravesando ha dejado por todos los rincones de Colombia, destrucción, desolación, derrumbes, pueblos destruidos, carreteras perdidas, cultivos enterrados en medio del lodo, trabajo de meses o años vuelto barro; casas arrasadas, gente a la intemperie; una escena de desolación y muerte que, aunque dantesca parece solo nos preocupa cuando está sucediendo, pero que olvidamos con rapidez, cuando aparece el sol y amainan las lluvias.
Es como si no quisiéramos enterarnos de que el astro rey trae su propio escenario, para mostrarnos que también puede arrasarlo todo, con sequías, deterioro de la tierra, afluentes secos que producen sed; tierras arrasadas por los incendios naturales o quemados, con pérdida de los cultivos por la fuerza de su incandescencia, cuando no, por la estulticia del que en medio de la sequía causa el fuego para acabar con árboles y vegetación y tener inmensos terrenos en donde después pondrán a pastar el ganado, que es lo único en el mundo que aunque robado, que sigue siendo ganado.
Eso cuando no es destruirla para inundarla de sembrados de plantas de las que extraen sus pastas de drogas con las que se hacen multimillonarios, a costa de la pobreza solemne de los que los rodean y el deterioro de la vida campesina, que en un país como este no es una prioridad para el gobernante de turno, ni para los políticos, más interesados en su enriquecimiento personal, ese que consiguen a expensas de la pobreza de los que los rodean, sin que les importe.
Si a lo anterior le sumamos los grupos delincuenciales, los de terroristas que pululan en todos los rincones, tenemos un futuro poco halagador. Pero como si eso no fuera suficiente, tenemos que agregarle el horror de la implacable pandemia del coronavirus, que ha dejado millones de muertos, pérdida de trabajo y fuentes de ingresos para las familias, con especial rigor sobre los más desfavorecidos.
El ser humano es el gran depredador, de eso no cabe duda; pero en nuestras manos está cambiar el rumbo, si no queremos que el futuro que dejamos a las nuevas generaciones, a nuestros hijos y a los de ellos, si es que la especie humana logra subsistir, sea distinto y viable. Tenemos que comenzar a tomar conciencia de nuestra relación con el planeta que habitamos, para que cuidemos el entorno, le demos extremo cuidado al medio ambiente, seamos respetuosos con la naturaleza, nos esforcemos por no utilizar materiales no reciclables y eliminemos de nuestro cotidiano todo lo que deteriore a nuestra madre tierra.
El tiempo se nos acaba. O comenzamos ahora o estaremos perdidos como especie. Es una cuestión de conciencia humana y solidaridad mancomunada, para poder seguir habitando este maravilloso mundo que tenemos y desperdiciamos a diario. En definitiva, “una sociedad se define no solo por lo que crea, sino por lo que se niega a destruir”.
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