El domingo pasado se realizó la posesión del presidente electo de Colombia, Gustavo Petro Urrego; con ella se dio al fin por terminado el cuatrienio nefasto de Iván Duque Márquez, ese presidente improvisado que manejó el país en los últimos cuatro años, con un balance desastroso, con sus incumplidas promesas, su vergonzosa actividad como mandatario, que improvisando y jugando la fantasía del poder deja una situación calamitosa, en lo económico y en lo social, sin contar con la pérdida de los pocos valores que aún quedaban, llegando a ser la peor Presidencia que ha tenido Colombia en toda su historia.
La gente se emocionó con su posesión, como si se recuperara parte de la esperanza perdida, con un jefe de Estado capaz de cumplir el orden Constitucional, estableciendo los nuevos paradigmas de una nación digna y decente, conectada con la realidad de un mundo en crisis, comprometida con el cambio climático, la lucha contra la corrupción, la preocupación por los sectores que siempre han permanecido en el olvido, marginalizados y abandonados por cuenta de unas políticas que solo se preocuparon por el bienestar de minorías, engolosinadas con las prebendas que les otorgaba esa forma de manejar lo público, insensible a la problemática social, desconectado de las regiones más pobres y vulnerables, con el abandono de la población dejada en el olvido, en medio de la desesperanza, la violencia, el desplazamiento y el miedo.
La algarabía en todos los rincones de Colombia se sentía con un canto de esperanza, de renovado sabor patrio; una nueva fuerza emancipadora, que levanta los cimientos de una sociedad más justa, humana e incluyente; decididamente más honesta, pero sobre todo más comprometida con los problemas sociales que afectan a nuestro país y a nuestros compatriotas, esos que sufren las consecuencias de haber sido manejados por élites que sin honor y sin vergüenza, hicieron alegorías al despilfarro, los malos manejos de los dineros del Estado, la poca o ninguna importancia política que representaba la pérdida de los recursos públicos, en manos de inescrupulosos y glotones lujuriosos, que se comían el presupuesto, sin que eso les importara, porque podían beneficiarse a sí mismos, enriquecerse, gozar de esa vulgar impunidad e inmunidad que los caracteriza, solo porque quienes nos dirigían carecían por completo del concepto de nación justa, del principio de Estado Social de Derecho, como lo establece la Carta Magna.
Los nombramientos de los que serán sus inmediatos colaboradores, en ministerios y entidades del Estado, han sido en general esperanzadores, con nombres de personas, que con la excepción de un insaciable oportunista salido de lo más corrupto de la clase política colombiana, hacen posible creer que el cambio se puede dar, sin que se lesionen los grandes conglomerados, los potentados de siempre, los industriales, los emprendedores que tenemos, los productores de bienes que hacen parte de una economía dinámica en proceso de convertirse en más solidaria, sin que con ello se pierdan sus posibilidades de seguir en sus actividades empresariales, sin cambio distinto al de que tendrán que pagar impuestos justos, sin recibir los regalos que un Estado desconectado con la realidad les daba, y que salían de los bolsillos de los que siempre han trabajado en medio de las dificultades y pocas oportunidades de progreso, que un país clasista e inequitativo les quitaba de un solo tajo.
Las promesas esbozadas en el discurso del presidente son una prometedora necesidad, que de cumplirse darán a Colombia la oportunidad de salir del atraso cultural, económico, ético y excluyente, en el que hemos estado desde que tenemos memoria. La invitación a construir un país en paz, con oportunidades de educación para todos, sin distingo de clase; la lucha frontal contra la corrupción, el establecimiento de medidas que cuiden el medio ambiente y que castiguen a los que saquean al país o atenten contra su condición perdida de país con vocación agrícola; la lucha frontal contra el narcotráfico, acabando con las políticas fallidas que hasta ahora se han ejecutado; la implementación de reinserción de campesinos olvidados en la productividad, entregándoles las tierras que han sido confiscadas, abren la puerta para cumplir con justicia y equidad el mandato para el que fue escogido.
El tiempo nos dirá si ese cambio valió la pena, si nos convierte en una república respetada y decente en el contexto continental y mundial. Seremos implacables en poner en evidencia lo que se salga del camino honesto y decente que nos prometieron.
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