Esta Colombia en la que vivimos es un paraíso tropical. Aquí pasan cosas impensables en el mundo desarrollado. La naturaleza nos premió con 2 mares y un territorio que tiene todas las variantes. Desde llanos inmensos, hasta playas sin fin, hermosas y multicolores, pasando por montañas empinadas, nevados que han perdido su capa de nieve, pero siguen empinados sin doblegarse.
Tenemos todas las condiciones geológicas que desearían muchos países: campos para cultivos extensísimos, pero desviados para hacer una industria ganadera que produce muy poco y que daña sin remedio nuestra superficie, no porque la ganadería en sí sea mala, sino porque la manejan de manera poco práctica y mucho menos útil, dañando millones de hectáreas, para tener en promedio una res por cada 1,3 hectáreas, en un país en el cual hay barrios en los que habitan miles de personas en pocos metros cuadrados.
Esta es la Colombia en la que nos tocó vivir. Pero vivimos en ella así, porque lo hemos permitido, sin oponernos de manera coherente, sin violencia pero unidos con persistencia a todo lo que se convirtió en nuestro quehacer cotidiano, como si estuviésemos condenados a vivir en una verdadera república bananera, ahora cocalera, sin que parezca importarnos.
Vivimos con una idiosincrasia que nos hace egoístas, preocupados solo por el interés personal, olvidándonos de nuestros compatriotas, los que sufren y tienen hambre, desplazados sin misericordia, sin ayuda, sin que hagamos algo para detener esas características que nos dan tan mala fama en el mundo entero.
La sabiduría popular dice que un colombiano es siempre más inteligente que un japonés, pero que dos japoneses son siempre mucho más inteligentes que dos colombianos. No están equivocados. Vivimos en el paraíso del culto al “Yo”, como una demostración del poder de muy pocos que se han hecho a todos los recursos, la mayoría de las veces de manera indecente y deshonesta, cuando no arrebatados en verdaderas olas de muerte para desarraigar a poblaciones enteras, que pierden su terruño y su esperanza.
Se vanaglorian algunos ilustres tontos de su poder, cuando lo construyen sobre las cenizas y pobreza de los que los rodean, a los que les quitan los derechos y los convierten en seres humanos que deambulan sin rumbo para mantener una vida, que no tiene esperanza distinta a que algo cambie, para poder vivir de verdad y construir su vida con dignidad y honor, con igualdad de oportunidades, bien gobernados, respetados por sus amigos, vecinos y compatriotas.
Pero este paraíso soñado que podría ser una realidad, se convirtió en una región que produce vergüenza y es vista como referente mundial de injusticia, terror, muerte al por mayor, emporio de clanes políticos desfigurados y deshonestos, conformados por gente de mucho poder, pero de bajísima estofa, que se vanaglorian por sus posesiones y se sienten hidalgos de alto linaje, cuando en realidad no pasan de ser una combinación infinita de mestizajes de diferentes vertientes, porque aquí, de cuna noble no ha venido abolengo alguno.
Hoy estamos ante la realidad de una pandemia que ha asolado al mundo entero, para la cual no estábamos preparados; como no lo estaba nadie, y con un paso desolador, no solo en las vidas perdidas, sino en el aumento de la pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades.
Llegamos a extremos como el de una alcaldesa que no tiene el menor recato en ordenar arremeter contra un joven vendedor ambulante que estaba en la vía en la que ella, contrario a la necesidad del otro, trotaba para quemar las excesivas calorías que su “especial” condición hormonal le producen.
En fin, estamos en la hegemonía solapada de un principiante que funge de primer títere de la nación, cumpliendo la encomienda de su patrón, el titiritero mayor, un personaje cuestionable en todos los aspectos, pero lleno de ese poder que en Colombia ostentan los menos dignos y los más deshonestos.
¿Hasta cuándo vamos a tolerarlo? ¿Estamos dispuestos a dejarle a los que nos siguen un país peor, o tendremos el coraje de unirnos para hacer de este maravilloso rincón del mundo un país digno y decente, donde las diferencias no sean de oportunidades, ni de clase, ni las oportunidades exclusivas de “gomelos” encopetados y sin vergüenza?
Solo unidos, con resistencia y sin violencia, podemos cambiar el rumbo pesado que hemos cargado siempre.
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