La corrupción es tan antigua como el mundo. Nació con el hombre cuando este adquirió corteza cerebral, lo que le permitía pensar, solo que no era capaz de controlar lo que pensaba. Y entonces en ese nuevo cerebro bicameral, dividido entre cerebro primitivo y neocortex, se produjo un cortocircuito, que hasta ahora no ha sido posible arreglar, simplemente porque en los laberintos neuronales, entre conexiones e impulsos, la corrupción y sus manifestaciones, ocupan un espacio que debe ser grande, teniendo en cuenta la magnitud de la expresión de la corrupción, como algo inherente al ser humano.
Así parece ser, pero en realidad no lo es. La corrupción no viene como un programa integrado en la interminable lista de combinaciones de nuestros neurotransmisores y sus funciones. No, la corrupción se aprende, como una de las manifestaciones de lo que puede hacer el ser humano con lo que piensa y hace, dependiendo de su voluntad, más que de su cerebro.
Entonces vemos como nos encontramos rodeados de una maraña de corrupción que es laberinto indescifrable para la mayoría y del que no pueden salir fácilmente cuando adentrados en él. Pero la corrupción es sustantiva, para poder ser ejecutada, necesita un sujeto, el corrupto. No necesita buscar mucho, de esos hay por montones, nacen y se reproducen como plaga, causando verdaderas endemias de corrupción y oleadas de maquinaciones de los que la ejecutan, que son los corruptos, esos que no tienen límites y que se pasean sin vergüenza alguna por todos los rincones de nuestra geografía, como años y señores, diciendo y haciendo lo que les viene en gana, porque su poder ha crecido tanto, que son una red casi impenetrable, resistente a todos los embelecos que se han ideado para combatirla, dejando el mensaje claro y cínico, de que es una pelea perdida, en la que ingenuos luchan contra molinos de viento inútilmente.
Para comenzar a desenmarañarla hay que estar consiente de que a esos que la practican, la corrupción los vuelve mudos. De manera que no será fácil obtener información para poder seguir un rastro razonable que permita seguir los hilos por los que se expande impunemente.
Pero además de mudos, los vuelve cínicos, de manera que los corruptos no tienen problema en alardear de sus “proezas”, como si estuvieran realizando la mejor de las acciones, el más requintado ejercicio de artesanía en corrupción, algo difícil de rastrear, casi imposible de seguir, y bastante peligroso al denunciar. Porque además, de cínica y sin vergüenza, hace alarde de su poder o sus contactos con el poder, que siempre termina defendiéndola y sacando la cara por ella, cara que debíamos abofetear, sin piedad, porque a ella debemos gran parte de las desgracias que vivimos como nación y como sociedad.
No termina el festivo y tenemos los nuevos episodios de corrupción, que se convirtieron en una telenovela de altísima audiencia en nuestro desbarajustado país, en nuestras débiles y lentas instituciones de control, en nuestras ineficientes entidades de fiscalización e investigación, que pongan de una vez por todas fin, a esa facilidad con la que se puede ser corrupto en Colombia, gozando de impunidad. Tranquilísimos los corruptos se ríen de los que los señalan, porque ellos saben que no les pasa nada, que tienen una capa de teflón que los protege de cualquier acción que se inicie en su contra.
Como si tuviéramos pocos problemas, nos enfrentamos ahora a una corrupción inadmisible, la de los abogados que han hecho un ejercicio del Derecho al revés. Magistrados negociantes y tramposos, delincuentes de toga u birrete. Una vergüenza inaceptable para nuestras instituciones. Hoy son los magistrados de la Corte Suprema de Justicia Leonidas Bustos y Francisco Ricaurte. Ayer fue Luis Gustavo Moreno en la Fiscalía. Antes había sido Henry Villarraga, magistrado del Consejo Superior de la Judicatura. Ya había sido suficientemente escandaloso el del magistrado Jorge Pretelt. Y son muchos más que como ellos torcieron el fiel de la balanza y desdibujaron el ejercicio digno de la parábola judicial, para convertirla en una actividad de ladrones a secas, corruptos y sin vergüenza.
Colombia no puede quedarse muda ante tanta corrupción. Tienen que ser ejemplarmente castigados, para que el Derecho pueda volver a ser un ejercicio inmaculado realizado al derecho. Tenemos que volver a darle independencia de la política y quitarles la posibilidad de negociar los fallos. Tenemos que vigilarlos, controlarlos, señalarlos, ponerlos en la picota pública para que respondan por la deshonra que le han causado a la Justicia.
“La única cosa que un abogado no cuestionará es la legitimidad de su madre”.-W.C. Fields.
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