El mundo gira y gira, pero ahora gira al revés. Todos los días hay un escándalo de magnitud mayor, que pasan como menor, porque los que se adueñaron del poder, hacen con el lo que les da la gana, sin que importe algo tener dignidad, ser honesto, ser claro, tener coherencia, preocuparse por el bienestar general cuando se ocupan posiciones de privilegio entregadas en las urnas, o en democracias extrañas, donde los que terminan eligiendo son los parlamentarios.
Eso hace parte del mundo político, que ha metamorfoseado su obligación por un despreciable ejercicio de poder para beneficiar minorías, amigos, financiadores y clientelas políticas compradas. Parece extraño, pero es pan de todos los días.
Lo es en el Brasil de Bolsonaro, en la Argentina de Cristina Fernández, en la Venezuela de Maduro, en la Colombia de Duque, en la Nicaragua de Ortega, en la Cuba Castrista, en los Estados Unidos de Trump.
Creen muchos que son distintos, pero son iguales. Hacen a su antojo lo que tienen como prioridades personales; no están preocupados por los que los eligen, a los que les coquetean solo en épocas electorales, para que una vez elegidos sientan el rigor del desprecio absoluto que le da al elegido esa pócima tóxica y enfermiza que se llama poder. Un poder utilizado para saciar sus intereses personales y los de cercanos y fieles seguidores, que como lamezuela los siguen incondicionalmente, porque saben que obtendrán beneficios. En la política así concebida, el único lazo que los une es el de la utilidad que obtendrán mientras estén al mando.
A lo largo y ancho del planeta, en toda su esférica superficie, con contadas excepciones, la política es una actividad degradada con la que oprimen mayorías, benefician minorías, apegándose sin pudor y con gula insaciable al poder, sin importarles lo que pasa a su alrededor: cambio climático, deterioro de la naturaleza, enriquecimiento ilimitado de los ricos de siempre, empobrecimiento aumentado de las grandes mayorías de ciudadanos, y pérdida de todo pudor en la ejecución de los actos para los que fueron nombrados.
Aquí estamos hastiados con la manipulación perversa del poder, para encubrir personajes perversos que acaban con la dignidad de un país, sin que les importe mucho, sirviéndose de mequetrefes obedientes que cumplen órdenes, posando de ser los que las dan. La Colombia de Álvaro Uribe, José Obdulio Gaviria, Ernesto Macías, Paloma Valencia, María Guerra, María F. Cabal, Carlos Mejía, Alicia Arango, y todos sus alfiles está perfectamente representada en el último escándalo que se hace público de Cayita Daza, esa “buena muchacha” que hacía muy bien “los favores” que le ordenaban, con narcotraficantes que, sin escrúpulos, consiguieron dineros para poder vender la candidatura del desconocido Iván.
El hastío no es solo con ellos, también lo es con los grupos de politiqueros que, amparados con distintas siglas, que se suponen opuestos, son una muchedumbre de iguales, sin ética y sin reparos en el ejercicio de una prostituida y desprestigiada política, con la que siguen teniendo el poder sin merecerlo.
Acaban de pasar las elecciones en USA. Una democracia que escoge presidente por los votos de un colegio, pasando por alto los votos de la gente, no es una democracia de verdad, es un remedo de la misma. Donald Trump ha demostrado que en política todo vale. Es el mejor representante de lo que no puede ser alguien al mando de un país líder en el mundo, cuando es dirigido por un personaje sin escrúpulos y sin principios.
La historia cobrará cara la osadía de un hombre que mantiene el mundo en vilo, creyendo que está en uno de sus “reality shows”, en uno de sus hoteles o campos de golf, en los que puede hacer lo que quiera con sus maderas, hierros y putters. No podemos dejar que el mundo esté en manos de personas que no tienen valores, ni respeto por los seres humanos.
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