"La política es el arte de servirse de los hombres,
haciéndoles creer que se les sirve a ellos".
Louis Domar
El martillo que los jueces usan cuando dictan sentencia o llaman al orden en un juicio, se denomina mallete o mazo. En la ley dicen que “es el instrumento que expresa la voluntad libre y soberana de crear y construir, más que ningún otro instrumento tiene un carácter ejecutor de la voluntad y es el signo de la autoridad suprema”.
No paramos en este país de desigualdad e injusticia, de conocer cada día nuevos casos de corrupción, que parecen solo tener importancia ligerísima y temporal, mientras son escándalo, para terminar, como generalmente terminan, en impunidad absoluta.
Los corruptos no se los inventó Colombia. Ellos han existido desde que el hombre se convirtió en ambicioso y no se contentaba con lo que tenía. Siempre quería poder poseer más. Para lograrlo, encontró que no importaban las barreras, la ley era fácilmente franqueable, la impunidad era el denominador común. En fin, que ser delincuente era un gran negocio, sobre todo, si el delincuente tenía alguna importancia política o social.
Fue así como la corrupción se volvió una pandemia. Una verdadera plaga para la que no había y parece no haber remedio. Nos tenemos que acostumbrar a que la corrupción hace parte de nuestro cotidiano, como si fuera algo normal, que no tiene importancia alguna en el andamiaje de nuestra sociedad, siempre tan complaciente, tan cómplice, tan despreocupada, tan frívola, tan falta de principios, tan inmoral o amoral, que pareciendo ser lo mismo son cosas distintas, esas que producen efectos devastadores en el cotidiano de toda una república que se supone Estado, que se cree es Social y que irónicamente afirma ser de Derecho.
Pero la corrupción llega a su punto máximo, cuando los que están encargados de ejercer la justicia, no cualquier pelagatos por supuesto, sino altos funcionarios de la rama judicial hacen parte hoy del “Cartel de la Toga”, nombre que se le ha dado a esta nueva olla de podredumbre encontrada entre magistrados, fiscales y abogados. Hablo de los corruptos que venden su conciencia, porque no creo que puedan vender un honor del que carecen, por cifras millonarias, para cambiar, archivar o anular sentencias, dejar en la impunidad a los delincuentes que han hecho de este país una pocilga, un verdadero pozo séptico, donde todos los días se acumula más y más mierda.
¿A quién le importa? ¿A quién le causa repudio y rechazo? ¿Quién siente vergüenza de ese acontecer cotidiano en nuestro país? Una pregunta sin respuesta, para una realidad dramáticamente desconsoladora.
Podrá este terremoto devastador de corrupción aclararse, con lo que digan corruptos que se convierten en delatores para ganar beneficios judiciales, en un país que premia a los soplones, como si estuviera premiando a un adalid de las buenas costumbres, cuando la verdad, demuestran que no solo son indecentes hampones, que se enriquecieron deshonestamente en el ejercicio de sus inmerecidos cargos, sino que para redondear su faena de deshonra cambian delaciones por beneficios que les otorga una justica endeble, que solo tiene el mallete (mazo) con el que los jueces hacen simbólico su poder desacreditado, para dictar sentencia, símbolo de su autoridad e instrumento ejecutor de su voluntad. ¡Amarga justicia!
¿Hasta cuándo seguiremos actuando como alienados que no se oponen a los desastres que vivimos en nuestro país, por cuenta de los corruptos y sus cómplices?
Pero todo el escándalo con la Rama Judicial pasará a segundo plano con la llegada del circo político. Los payasos que comenzaron a recorrer el país, no tienen atisbo alguno de vergüenza. Creen que es un derecho que se hereda y que nadie puede quitarles, porque ellos son los "iluminados", los "enviados”, para que este país siga siendo una verdadera vergüenza, un lodazal de corrupción y corruptos, que amparados con impunidades que no merecen, delinquen impunemente, sin que nada les pase, burlando a todos los que hacemos parte de la sociedad civil, que somos los que, en efecto, tenemos el poder en nuestras manos.
Ese poder solo podrá ser demostrado, cuando el ciudadano, ejerza control sobre los políticos, los denuncie, los acorrale y los señale, sin que le dé miedo, porque es gracias a esa policlase corrupta e indecente, que tenemos un país que reedita a diario su vocación de República Bananera.
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