“No vine a decir que sí ni a recordar lo que fui…
ni a oir políticos que dicen que hablarán por mí;
trato y trato y no recuerdo cuándo se los pedí;
ni me parecen maneras de exigir mi elección
para cambiar los payasos que saquean mi Nación. “
Andrea Mucciolo
Se acabaron las ventas de boletos. El espectáculo circense comenzó. Desfilaron payazos, trapecistas, equilibristas, bailarines, magos y animales domesticados. Las graderías están llenas a reventar. La mayoría de las sillas ocupadas por una cantidad de personas que fueron agrupadas por colores, como si su asistencia al espectáculo hubiese sido comprada por algun grupo circense, encargados de promocionar el entretenimiento con el que van a jugar con la gente, que inconciente o concientemente los sigue, sabiendo que son los actores los que se burlan de ellos.
Comienza un deprimente espectáculo, con actores de bajísimas calidades, pero peores cualidades; payasos que se sienten orgullosos del espectáculo cómico pero trágico que van a dar, con sus narices redondas y rojas, sus pieles maquilladas, templadas, para esconder la verdadera identidad que hay detrás de esos malos adornos.
Tras bambalinas, el movimiento es frenético. Van y vienen de un lugar a otro, como si no tuvieran una función clara y específica. Están nerviosos, porque la representación les tiene que salir perfecta, para merecer los aplausos, hacer morir de la risa a los asistentes y engañarlos sin que se den cuenta.
En buena parte de la gradería, en sus filas principales, las sillas no están ocupadas por gente real, sino por pancartas que son la fotografía de la cédula de gente que está muerta hace mucho tiempo, pero que les sirve para llenar los asientos, de todos los que, al asistir, serán contados a favor de uno de los que se presentan.
La mayoría lo harán magos de manos larguísimas, con dedos delgados y ágiles, a los que no se les notan los movimientos con los que hacen las trampas; están con sacolevas oscuros, brillantes y negros, que preanuncian el engaño, pero con sombreros de copa relucientes, para fingir seriedad en la ceremoniosa farsa del circo político, teniendo además esos bolsillos inmensos, en los que guardarán lo que puedan robarse de los asistentes al espectáculo.
La magia tiene que ser perfecta; no se puede notar la trampa, porque es un arte que dominan para hacer creer a los asistentes que desaparecen lo que pongan en las cajas móviles, que arrastran cubiertas con telas coloridas, en las que meten cuantiosas sumas de dinero que obtuvieron “voluntariamente” del público, para hacerlo desaparecer sin que nadie se dé cuenta; pero además, contando con el aplauso de los engañados, a quienes tienen ensimismados con luces que los enceguecen, brillos que los deslumbran, cambios de colores que esconden la realidad de la trampa que se orquestó para el espectáculo.
Esa maniobra de engaño la montaron desde la oficina del mago principal, un hombre minúsculo, de facciones graciosamente agrias, pero falsas, con la mirada vacilante del tramposo, con el ceño fruncido, para dar apariencia de seriedad, como si fuera un registrador nacional del los circos, que aunque cuestionado por el clientelismo para reformar el Código Electoral, puede contar los asistentes, incluir las cédulas de los difuntos, cambiar los boletos y los nombres de los actores que el público haya escogido “voluntariamente” como los mejores.
Están preparados para un segundo espectáculo, que llaman segunda vuelta del circo, en la que participarán solo los payasos seleccionados, para darle apariencia de legalidad a la elección del mejor, después de haberlo podido cambiar todo, con absoluta impunidad y sin control, porque ellos tienen la potestad de manejar el circo como les dé la gana, así a la gente no le guste.
En fin, en este espectáculo circense preelectoral, hemos visto todas las putrefactas acciones de los funcionarios y candidatos, las de sus ejércitos de bots, y las de sus seguidores fieles, amarrados por la conveniencia de saber que al final le darán una parte de lo recaudado en la taquilla y lo robado en los actos de magia. Por ahora todos sabemos que los chiflamicas que son precandidatos, tienen unas ideas claras, con las preguntas a las que responden como: ¿Quién es el responsable de la violencia en Colombia?: “Petro”. ¿Quién se roba los recursos públicos?: “Petro”. ¿Quién es el que ha gobernado mal este pais?: “Petro”. ¿A quién hay que ganarle?: “A Petro”.
Bueno, pero ¿usted qué va a hacer como política nacional?: “Después de que saquemos a Petro, vamos a hacer lo que propone Petro”.
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