Pensábamos, más con tontería que credulidad, que todo podía cambiar. Que los cambios son un proceso dinámico de la vida, que se suceden con el simple pasar del tiempo y la transformación de circunstancias y situaciones particulares o generales. Es la dinámica propia a la naturaleza, de la que no está excluido el hombre, convertido de “Homo sapiens” en “Homo incógnito”.
Lo mismo pensábamos de radical, aunque a algún farsante le hubiera gustado escribirla con la R al revés, como preanunciando que el Radical sería cumplido; pero el cambio se produciría en reversa, contra toda lógica, como si volver a épocas que creíamos superadas fuera algo bueno y prometedor, cuando no pasa de ser una patraña para hacer trampas y delinquir, sin pena y con gloria, impunemente, sin vergüenza alguna.
Pero “Cambio” en Colombia tiene significados muy particulares y poco halagüeños, por cuenta de la política. Radical, por supuesto, tiene acepciones que son peores que las de cambio y se entienden en el inconsciente colectivo, como verdaderas marañas de corrupción disfrazada de buenas maneras y sofisticados modos, que en la sofistería está el engaño, y en el engaño está la muy bien tejida red de corrupción, la falta de principios que caracterizan a buena parte de esos hombres públicos, que en mala hora manejan el país y heredan el poder, manteniéndonos en un feudo real, aunque nadie se dé cuenta de ello.
Vemos ahora como en la actividad de proselitismo político, tan poco apegado a la ética y la decencia, sale a la palestra en horario triple A, en una entrevista que fue un descarado publirreportaje, ese hombre que fue creador, gestor y promotor de Cambio Radical, para decirnos con verdades a medias y mentiras completas, por qué la gente debe elegirlo a él como próximo presidente de esta desvencijada Nación, en la que no existen escrúpulos, no hay límites, ni existen leyes sólidas que impidan a los trúhanes de abolengo hacer de las suyas, para acabar con las nuestras.
A nadie parece importarle. Pero visto con la claridad con la que se puede evaluar ese melodrama indigno y concertado entre entrevistador y entrevistado, preparados de antemano para hacer propaganda política en un canal de televisión, que parece no tiene clara la verdadera importancia del periodismo, ni la esencial neutralidad que debe tener un director para entrevistar a alguien, sin que lo asistan la parcialidad, la majadería y la falta de dignidad profesional.
He allí buena parte de la razón por la que ya casi nadie cree, con excepción de algunos incautos y no pocos desinformados e ignorantes, en la información que reciben de los canales que debían estar al servicio de la verdad, no a la servidumbre de los que se creen poderosos. Ese entrevistador sin carácter, o con carácter manipulable, merecía sin duda alguna un coscorrón duro, que les hiciera ver la indignidad con la que periodistas sin escrúpulos ejercen y mancillan ese bello arte.
¿A qué extremos de indignidad han llegado los que están encargados de mantenernos informados, sin manipular conceptos, sin acomodar entrevistas, sin falsear la verdad y burlarse del televidente en forma indecente y grotesca? El nombre del canal está bien representado en la picaresca popular, en la definición de marido como “caracol”: baboso, arrastrado y convencido de que es el dueño de la casa.
La entrevista fue perversa y manipuladora. No podía esperarse algo distinto de quien era entrevistado, que sin vergüenza alguna permaneció callado 7 años en este gobierno, como ministro y como vicepresidente, para retirarse, que a eso tenía derecho, con indignidad absoluta, para decir que fue él el que regaló vivienda a muchos colombianos, cuando ese es un programa pagado con nuestros impuestos, no con el dinero que el heredero del poder sacó de su bolsillo.
Pero eso es lo de menos. Reconocer que estuvo 10 años en campaña política, que la hizo como funcionario público, en cualquier país decente lo inhabilitaría y produciría de inmediato la movilización de todos los entes de control para investigarlo y sancionarlo. Pero en la Colombia que ellos tienen en la cabeza, deformada, clasista, propiedad de unos pocos privilegiados, nada de lo importante se investiga, ni los que merecen ser acorralados por la ley se preocupan, porque entre otras muchas cosas, han hecho añicos nuestra institucionalidad, está la de haber convertido el poder Judicial, en un subalterno del poder político, que depende de sus decisiones y tiene que congraciarse con ellos para sobrevivir.
Ni hay “Cambio”, ni es “Radical”, es simplemente una empresa de votos que tiene vergüenza de sí misma y por eso acude a la recolección de firmas para terminar de legitimar la indecente farsa.
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