“La política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros”. Eric Frattini.
Estamos en la semana de pasión. Pasión, engaños y promesas. Promesas que no se cumplirán, pero con las cuales se seducen incautos y se mantienen privilegios no merecidos. No cambiaremos nuestro destino, mientras no cambiemos nuestra posición como ciudadanos, dueños verdaderos del poder, entregándolo a buena parte de lo peor que tenemos como sociedad. No es el bien común el que les interesa. Si así fuera, no tendríamos los problemas que tenemos, ni estaríamos tan atrasados en el concepto de lo público como un bien supremo que debemos proteger y vigilar con esmero, para que los que llegan a posiciones de poder no lo malgasten, lo despilfarren o se lo roben.
Parece un cuento, pero no lo es. La realidad de nuestra vida republicana nos ha demostrado que el poder entre los colombianos es una golosina llena de mermelada con la que se endulzan los bolsillos los que son nombrados en cargos públicos, sin que tengan que rendir cuentas a los que los nombraron. Estamos ante una sociedad permisiva, en la que el enriquecimiento desmedido e injustificado de servidores públicos no tiene sanciones ejemplarizantes que acaben de una vez por todas con ese negocio sucio, en el que personas sin escrúpulos convirtieron el noble arte de la política.
Las campañas están en su apogeo. Esperan impacientes el momento en el que se abran las mesas, en las cuales algunos colombianos depositarán con ilusión, otros con intereses, no pocos con ignorancia y credulidad, los votos que elegirán a los que serán sus verdugos. Esa manada de politiqueros baratos que convirtieron la noble política en un bazar, en el que pueden burlarse de la gente, sin que les importe, convencidos como están, saldrán bien librados de sus desmanes, falta de escrúpulos y felonías.
Ya tenemos suficiente historia repetida, como para saber que seguiremos en las mismas con los mismos, poco interesados en procurar el bien común, menos en el desarrollo de nuestro país, ni en la creación de oportunidades para todos por igual. La historia se repite porque somos un país sin memoria, que no se duele por lo que han hecho los clanes políticos y los burócratas deshonestos, salidos de la nada y elevados a la condición de “mandamases”, sin que tengan que rendirle cuentas al elector, y protegidos por todas las leyes que los mismos políticos han creado y llevado a norma para mantenerse en la impunidad, en medio de unas instituciones de fiscalización, que demuestran ineficiencia sin par para investigar, acusar y castigar a los que se apropian impunemente de los dineros de los contribuyentes.
Las cifras que se mueven en cada elección son astronómicas, escondidas en contabilidades fraudulentas. Esto no cambiará mientras nos mantengamos indiferentes, no señalemos, denunciemos y acorralemos a los muchos delincuentes, que degradan la política.
La corrupción es de tal magnitud que solo se puede explicar si uno le hace cuentas a lo que un candidato invierte para ser elegido: 10 o más veces lo que se va a ganar en salarios; hacen esa inversión que parece loca, porque saben que esos salarios no son lo importante, son la menuda de los ingresos que tendrán, al lado de los porcentajes que recibirán en la adjudicación de contratos y obras.
De manera, persona votante, que usted sabe de antemano que al votar, va a botar sus oportunidades y sus esperanzas. No hay problema, pensará usted, pero sí lo hay. Con esa forma de hacer política, estamos condenados a repetir nuestra degradada historia de país paria, paraíso para delincuentes y políticos, que al final y en su mayoría son casi lo mismo. Aunque la suerte no ha sido echada, el futuro inmediato ya está hecho.
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