Las noticias nefastas sobre Colombia no dejan de producirse a diario. Las tenemos por la corrupción enraizada aquí, como la subcultura de un pueblo que hace una alegoría vergonzosa a la “malicia indígena”, al valor despreciable del “avispado”. Creen muchos con inocencia o cinismo, que esas características tan adosadas a nuestro cotidiano, son una cualidad, cuando no pasan de ser una manifestación de todo el desprecio que tienen por los valores, la cultura, la honestidad, la tranquilidad y la paz entre nosotros.
Nos conocen en el mundo, por todos los horrores que se producen aquí, sin que las autoridades hayan demostrado que están estructuradas para hacer cumplir la ley y mantener el orden. No hay evidencias que muestren, cómo combatimos con eficacia y sin trampas, a todos los que fuera de la legalidad delinquen por su cuenta, en organizaciones delincuenciales menores o mayores, produciendo zozobra, desplazamiento y muerte por todos los rincones de esta patria sin dolientes.
Ser delincuente en Colombia, cualquiera sea su nivel, es una alegoría a la impunidad y la falta de vergüenza, a la pérdida de valores, de todos los límites, de todos los principios sobre los cuales se levanta una nación digna y decente. Vivimos en el reino de la impunidad, con actores de primer nivel, en este drama horroroso y trágico, que todos los días tenemos que experimentar. No hacemos nada para combatirlo, porque eso sería una osadía, que así asumida, cuesta la vida, el honor y la tranquilidad.
Los delincuentes pululan en todos los estratos y en todos los rincones, sin que haya evidencias que demuestren son combatidos para desterrarlos, dejándolos fuera de cualquier posibilidad de acción en la vida que llevan, con cinismo, indiferencia, impunidad y no poca complicidad de muchos de los sectores económicos, políticos y sociales que, agregados a los entes ineficientes de control que tenemos establecidos, se ríen sin vergüenza. Parece no significar mucho, pero es lo más importante que tenemos que cambiar, si queremos comenzar a ser una república respetada, no reconocida en el mundo como un régimen carcomido por el poder de mafias, clanes de la droga, de desfalcos, de robos de lo público. Un nido de impunidad cínica de los delincuentes y de los no pocos dirigentes que son bandidos reconocidos. Sumémosle a ese horror, el de los ciudadanos que, con el silencio cómplice, ayudan a que se enraíce, un inaceptable dominio ejercido por actores sin honor, sin límites, sin vergüenza y sin valores.
Como si no fuera suficiente vergüenza, estamos rodeados por la inaceptable aceptación de la violencia, con una actriz protagónica que hace parte del cotidiano, como si estuviéramos condenados a ser una sociedad indiferente, llena de llagas, con todas las purulencias que vivimos a diario. Somos una vergüenza en el mundo y no parece importarnos.
Para terminar de hacer visible este panorama inviable e indigno, nos encontramos con la noticia que quieren minimizar aquí, pero que es presentada con cruda realidad, de los comandos de asesinos que se desplazan por el mundo, como mercenarios al servicio de la barbarie y de la criminalidad, haciendo una apología a la violencia internacional, cuando conforman escuadrones que delinquen en otros países, violan sus fronteras, para asesinar a muchas personas, sin que importe nada que sean humanos, simples ciudadanos o presidentes de otras naciones.
El atentado que terminó con el asesinato del presidente Jovenel Moïse en Haití, las heridas graves de su esposa Martine, que sobrevivio para declar que eran mercenarios colombianos, nos convierten en un verdadero lastre para el mundo; en una acción que han tratado de minimizar los que nos dirigen, con el uso de lo que llaman la inteligencia de las fuerzas del Estado, en un país en el que el Estado no tiene inteligencia, pero tiene un enorme aparato delincuencial, que no respeta ni fronteras, ni valores. Asesinos a sueldo, pagados con el poder del dinero de los que los mandan, sin que esto produzca un rechazo generalizado, haciendo que todos los días, nos cierren más puertas en un mundo que nos ve con recelo, desconfianza y sospecha.
No ha sido suficiente que tengamos una creciente criminalidad de narcotraficantes, tenemos que agregarle la de ser proveedores de criminales sin escrúpulos, que hacen quedar mal nuestro país y las instituciones a las que pertenecen o pertenecieron, como si fueran escuelas de formación de matones, delincuentes, mercenarios y asesinos, que no instituciones encargadas de protegernos y velar por nuestra seguridad. A esos malnacidos hay que dejarlos para que sean juzgados donde cometen los crímenes, sin convertirlos en “victimas” de organizaciones que los reclutaron para fines distintos.
Si, exportamos el mejor café, las más bellas esmeraldas y los peores criminales del mundo. ¡Que vergüenza nos hacen sentir!
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