Al escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez le gusta creer que interpretar vidas ajenas es parte de la ficción. Por eso al contar la historia del cineasta Sergio Cabrera, de su hermana, Marianella; y de sus padres, Fausto y Luz Elena, escribe una historia de verdades, pero en la que llena los vacíos con la interpretación y el orden que les da a los relatos ajenos.
El autor lo explica en la nota final: “Volver la vista atrás es una obra de ficción, pero no hay en ella episodios imaginarios”. Luego da cuenta de por qué esto que parece una paradoja no lo es y tiene que ver con la explicación que di antes.
Fausto Cabrera forma parte de la historia del teatro colombiano, de la televisión y del cine. Esa voz de barítono y su dejo español que nunca lo abandonaron permitía identificarlo fácilmente. Debió vivir los rigores de la Guerra Civil Española siendo un niño y huir con su familia de una dictadura militar en la que se convirtió España a otra igual o peor, la República Dominicana de Trujillo.
Pero la familia continuó adelante, primero a Venezuela y luego a Colombia, en donde él aprovechó sus conocimientos del método Stalinavski para aplicarlos a la poesía. Y declamó entonces a Miguel Hernández, a García Lorca, a Machado. Luego a Silva, a Neruda y a muchos más. Así se fue abriendo paso en la actuación hasta ser de los primeros directores en la televisión que trajo a Colombia otro dictador, Rojas Pinilla.
La vida de los Cabrera se cuenta en esta novela que empieza con la muerte de ese polémico hombre que encabezó la primera huelga de actores, que en China -otra dictadura- se formó en el maoísmo más puro y fue enlace de ese país y de las ideas maoístas en Latinoamérica, hizo parte del Partido Comunista, alzó las armas con el Ejército Popular de Liberación (Epl) y, luego, defraudado abandonó la guerrilla para volver a China y finalmente terminar el viaje de nuevo en Colombia para rehacer su vida en las tablas. De esa agrupación y al mismo tiempo hicieron parte los cuatro integrantes de la familia y juntos también se salieron.
Distinto a varias de sus novelas, en esta Vásquez usa la tercera persona para narrar, nos traslada a dos momentos distintos que intercala: el actual, cuando Sergio se entera de la muerte de su padre. Asiste a una retrospectiva de sus películas en Barcelona. Y la vieja época, primero la infancia de Fausto y su periplo en la Guerra Civil Española, luego en República Dominicana, en Venezuela y en Colombia, y después con una familia cómo va a dar a China, en tiempos convulsos. Entre esos dos momentos también se cruzan otros hechos intermedios, necesarios para conectar el pasado con el presente.
Es la historia de una familia comprometida con una convicción: la igualdad y la dictadura del proletariado; pero al tiempo deja ver las responsabilidades de las grandes potencias socialistas en el incendio que fue Latinoamérica y que en parte sigue siendo Colombia. Siempre la literatura dará mejor cuenta de la historia de un país, a través de sus relatos, que la historia misma.
Es parte del relato de nuestro país, contado de una manera magistral por un narrador que conoce todos los entresijos del oficio. Seguro por eso los Cabrera hijos confiaron en él para contar esta historia, su historia, de novela que fueron sus vidas y que también deja enseñanzas para muchos.
La novela logra dejarnos inquietos al final, nos quedan dudas, sabiendo que se trata de personajes de carne y hueso, reales, sobre qué pasó con sus vidas. Pero eso tendrán que buscarlo en Youtube o en las revistas de farándula, porque Vásquez cierra los aspectos que considera necesarios y no mete diente en la minucias que podrían interesar a algunos lectores. Una obra que vale la pena ser leída para que #HablemosDeLibros.
En frases
Las masacres se habían vuelto demasiado numerosas para que salieran en los periódicos.
Los actores que no se pusieran del lado del marxismo eran señalados como reaccionarios.
Entrar a la guerrilla estaba en su destino.
Es que esto no es China, compañero. Usted como que no se ha dado cuenta.
Sus conversaciones asumieron una cierta complicidad que era la de la pasión compartida.
Más bien lo envidió con esa envidia tan intensa que se confunde con el odio.
Descubrió que necesitaba las noticias del mundo más que la música.
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