Cipriano vive el drama que muchos padres se ven obligados a aceptar, que un hijo muera antes que él. Su hija, con la que no se hablaba desde hacía ya varios años, fue su cómplice de niña, pero la defraudó por haber sido un hombre infiel. Desde entonces ella, Juana, empezó a despreciarlo hasta sacarlo de su vida.
El impacto del comienzo es serio: la hija murió en un accidente de avión. El viejo se consume en su soledad, se regodea en su dolor y no ve salida. Espera las noticias de la aerolínea para poder reclamar el cuerpo y lo llaman para decirle que ya identificaron a su hijo.
Lo que empieza como un mal procedimiento de la aerolínea, porque él esperaba era a su hija, que era la única que tenía, termina por confirmarle que en la misma tragedia perdió también a un hijo del que no supo antes de su existencia. Después de la negación inicial, de la indignación contra la empresa del avión, de superar la realidad que le responde la genética una y otra vez, Cipriano -que da nombre a la novela- decide apoyarse en su hermano mayor, Néstor, para empezar a buscar quién pudo ser la madre de ese hijo que acaba de perder, pero del que nunca tuvo idea.
Esta realidad doblemente dolorosa es la que mantiene la expectativa durante toda la novela. El lector recorre con los mismos pasos lentos del protagonista, con sus mismos dolorosos recuerdos, con su mismo cinismo inseguro cada uno de los momentos del duelo, y de la expectativa de descubrir algunas cosas nuevas.
Esta historia es un recorrido por el dolor, por la necesidad que vamos acumulando con el tiempo de hacer las paces con quienes hemos dañado a lo largo de la vida. El drama de un hombre gruñón y egoísta, que va viendo cómo se está quedando solo. No obstante, aparece una nueva ilusión tuvo otro hijo del que no tuvo conocimiento antes.
Lo que resulta ser una nueva tragedia, enterarse que el destino puso en el mismo trágico vuelo a su hija, quien lo olvidó, y a su hijo, del que no sabía, termina por darle nuevos bríos. En lugar de seguir atormentándose y cumplir con la rutina busca cómo conocer a ese que tampoco conoció.
Y esto le da motivos para aferrarse a este mundo, pues era mucha la gente que había perdido a su alrededor y parecía que solo esperaba su turno. La relación con el hermano es difícil, por él. Cipriano también lo traicionó como lo hizo con tantos otros, pero el tiempo le va enseñando que es hora de pedir perdón.
El reencuentro en la complicidad con ese hermano al que había dañado hace años, la sinceridad flagelante, el descubrir cosas de esa hija de la que tampoco sabía mucho, el repasar en el pasado las cosas que debió haber hecho mejor van desenvolviendo una trama bien desarrollada que mantiene la atención del lector.
Marta Lucía Orrantía, la autora, es una periodista y escritora colombiana radicada en Italia. Esta es su tercera novela. Las dos primeras fueron Orejas de Pescado (2009) y Mañana no te presentes (2016). Su escritura es rítmica y rápida, no se confunde en efectos especiales, la habilidad que da el periodismo de decir mucho en poco y sin rodeos. Una obra que puede resultar entrañable para muchos. Léanla y #HablemosDeLibros.
En frases
* Los teléfonos hacían que toda la información sobre la muerte fuera obscena.
* Lo que ocurre con los viejos es que ya casi no nos queda tiempo, y sin embargo tenemos todo el tiempo del mundo.
* Para entender la tristeza hay que vivir la tristeza.
* A su edad, no le sorprendía que la gente se muriera.
* Tenía la creencia de que la ropa, como el pelo, se desbarataba si se lavaba a diario.
* Se preguntó si así sería durante el resto de su vida, si se recriminaría cada vez que tuviera un pensamiento que fuera de tristeza.
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