Es definitivo. Me prendo fácil de las novelas que son capaces de describirnos el alma de sus personajes, talento que no abunda. Los mejores en ese asunto fueron durante años los rusos que hoy leemos como clásicos. La mayoría de los escritores más renombrados en el mundo también forman parte de esa línea. Sándor Márai es parte de ese grupo exclusivo de escritores que no nos describen solo hechos, nos describen un ser, con sus visiones, sus sesgos, sus contradicciones y el fondo de su alma.
Leí hace poco la más reciente edición de El matarife, obra que no conocía. Me animé a escribir sobre este trabajo, cuando por una grata coincidencia mi acompañante en esta página también coincidió en el autor y hace un merecido panegírico de la obra del húngaro.Martha Gaviria se encarga de ampliar la visión de este escritor, de su obra y de su vida.
El matarife fue la ópera prima de Márai, intelectual que tuvo que dejar su país al final de la Guerra y tras la imposición del régimen comunista. Debió partir a Estados Unidos, desde donde vio cómo su obra fue prohibida en su nación natal, a la que tanto había aprestigiado. Sin embargo, el talento supervive, como ha sucedido con miles de plumas a lo largo de la historia de la humanidad, aunque no alcanzó a ver la caída del comunismo que tanto anheló.
Fue ese momento, llamado el Fin de la Historia, el que permitió que el autor volviera a ser leído en su país y en Europa del Este y lo redescubrieron las nuevas generaciones como un grande. En esta primera novela ya mostraba un talento para dar cuenta de personajes rotos, como es el protagonista, Otto, alguien incapaz de sentir empatía. Una persona marcada por un hecho: cuando vio cómo un matarife degollaba un buey y allí supo que era eso lo que quería hacer, así renegara del arte de sus mayores. Tanto que por poco mata a una vecina cuando decidió jugar con sus amigos, al matarife.
Ese propósito termina por marcar su vida y ser matarife de ganado termina para servirle en la guerra, en donde ser atroz, no medir consecuencias le rindió premios como que el propio emperador, al que su padre le rindió culto siempre, lo condecoró con la Cruz de Hierro. Y ese éxito en la muerte, en una mente criminal, termina por definir su violencia posterior, la misma que es una desgracia, claro, más desgracia para sus víctimas.
La novela es de una sutileza sobre lo narrado, tanto que solo en las últimas páginas entendemos que esas violencias que venían insinúandose terminan por demostrar que al menos siete mujeres fueron sus víctimas. Un matarife que como los grandes personajes era incapaz de evitar su cruento destino. Lean a Sándor Marái, lean esta o cualquiera novela suya y #HablemosDeLibros.
En frases
* "...por el hecho de matar, que se le reveló como un acto incondicionalmente positivo: la solución definitiva de un problema".
* "Advirtió por primera vez la brumosa sensación de que en la vida actúan caprichosas fuerzas irracionales que arrojan a personas y destinos (…) a una vorágine adversa e implacable".
* "Allí todos eran topos bajo tierra; algunos aún intentaba llevar quevedos y leer libros, pero por las tardes todos se dedicaban a despiojarse".
* "Más valía no meterse con él porque no había forma de saber cómo iba a reaccionar".
* "Estaba descontento con su vida, pero era incapaz de reconocer dónde y cuándo se había equivocado de camino".
* "La engreída condescendencia que el hombre de ciudad suele dispensarle al de provincias".
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