Los dos libros son escritos por médicos, el uno antes, en un posible 1999 que era futuro entonces, y el otro en el 2008. No obstante, no me refiero a los autores, médicos los dos, Orlando Mejía Rivera y Antonio María Flórez, sino a los protagonistas de sus libros que ejercen su misma profesión, Fandiño, en La Casa Rosada, y Alberto, más mencionado como A., en El hombre que corría en el parque.
Mientras la primera obra sale por fin en una segunda edición para celebrar los 25 años de su primera aparición y que dio a conocer a Mejía Rivera, la segunda es la más reciente del autor colomboespañol, Flórez.
Los puntos comunes de las obras no terminan allí. En ambos casos la trama de las novelas pasa por el hallazgo de un manuscrito de La Casa Rosada y de una memoria, o en inglés como se usa en el libro y en España, una pendrive, en El hombre que corría en el parque.
En esos hallazgos alguien se da cuenta que hay algo de valor literario o de importancia para conocer más de alguien, de unos pacientes o de ese médico que jugaba baloncesto y corría en el parque.
Son interesantes coincidencias de este par de autores reconocidos de nuestra región, ambos igualmente reconocidos en España. Flórez porque ha construido su obra tanto allá como aquí, incluso esta novela tiene edición española y edición colombiana. Mejía porque vende muchísimo en ese país, sobre todo sus libros de historia de la medicina, que son un referente para galenos e historiadores. Tres tomos de la Historia cultural de la medicina acaban de ser presentados allá y se venden como pan caliente.
Flórez prefiere no llamar a su obra novela, sino un artefacto. Insistió en ello en la presentación en la Feria del Libro de Manizales el pasado jueves. Para él la obra tiene tres partes: una, la carta del director de la Biblioteca a quien le llevaron el archivo para ayudar a encontrar al médico, pero decide enviarla a una editorial en Latinoamérica para que la publique, digamos un género epistolar. La segunda parte es un cuento redondo, que se podría leer aparte del libro completo y se entendería y es la del profesor boliviano que jugaba baloncesto con el ahora perdido médico y se encuentra la memoria. Los archivos que contiene llaman su atención y ve que pueden tener algún valor literario.
La tercera parte y la más larga es El tinieblo, que bien pudo ser el título de la novela. Es el médico de marras y su diario, en donde describe con lujo de detalles los episodios en su vida en el 2008, sus amoríos con una mujer casada de la que quiere lo imposible, más.
En esta obra del 2008, el WhatsApp aún no hace de las suyas y los amantes se comunican por Messenger y por correo electrónico. Igual con las nuevas formas del querer comunicativo. Él muy intelectual, ella con más contracciones y símbolos y hasta errores de ortografía, que no le importan a él, solo porque esos errores son de ella. Hay mucho en esos chats que son la novela en buena parte, no simples impulsores, pero también hay mucho de un hombre romántico, de un padre que quiere ser parte de la vida de su hijo, de cómo es de difícil integrarse a una comunidad diferente, sobre todo en otro país y, por supuesto, de buena literatura. También aparece el miedo, el que sufre el protagonista por sentirse perseguido, incluso refiere a violencias anteriores vividas en Colombia. El final, abierto. Usted decidirá a dónde corrío este médico que antes lo hacía en el parque. La obra se consigue en la Editorial de la Universidad de Caldas.
En La Casa Rosada, los diarios son las anotaciones de los pacientes del gordo médico Fandiño y de él mismo en una especie de centro asistencial para los aislados, para quienes padecen un virus que amenaza con contaminar a todo mundo. Se trata como los viejos centros de tuberculosos o leprosos de un lugar aislado, pero que no es muy aceptado en esos tiempos de defensa de derechos humanos. Un sitio que termina siendo destruido por una secta que culpa a los que allí están como en épocas pasadas o como en los comienzos de la pandemia por covid-19.
Esta obra está llena de humanidad aunque se trata de un trabajo de ciencia ficción, con cyborgs y robots, con científicos imparables en sus creaciones y con las discusiones éticas superadas en función de la creación, con unos personajes con el virus que no tienen esperanza y escriben desde sus propias experiencias lo que pasa por sus cabezas o por sus deseos.
Lo relatan en sus diarios. Carmen, una mujer consciente de su erotismo y de lo que produce en los demás, el médico incluido. Jorge y Guillermo, los otros pacientes escritores cuentan sus reflexiones, algunas bastante eruditas que descrestan al mismo Fandiño, pero igual con cierta preocupación por lo que viene en un posible mundo dominado por las máquinas. Una tragedia final arrasa con La Casa Rosada, al tiempo Fandiño nos confiesa en su diario la frustración por la falta de cura, por intentar sembrar esperanza sin él tenerla.
Es mucha la escritura que ha pasado desde entonces. Orlando Mejía Rivera es un escritor agudo y un pensador profundo, un historiador de kilates en el tema médico, por eso que sea el propio editor de esa novela de culto para ciertos círculos tiene también algo de guiño poético.
Estos son dos autores consagrados. Puede uno discutir alguna cosa de sus libros, pero en todo caso al meterles ojo no se sentirán defraudados. Así que leánlos, vayan a la Feria del Libro este fin de semana para que compren, escuche, lean y #HablemosDeLibros.
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