La guerra como se concibió antes termina. Empiezan los retos de reacomodarse en un mundo incierto, que busca la paz o al menos se debe fingir que algo cambia. Sobre eso tratan El mercenario que coleccionaba obras de arte, de la cubana Wendy Guerra, y El vuelo de la piedra, del colombiano Salvador Aguilera.
Hombres que se han curtido en la violencia con la idea de defender justamente las ideas, pero que con el paso de los años pueden tornarse en personajes molestos para los nuevos tiempos o, peor, en nostálgicos de la guerra.
Hoy Adrián Falcón es un coleccionista de arte y mantiene una empresa de seguridad privada, sin dejar de hacer uno que otro trabajo de mercenario, papel que asume como un cínico, cuando el ideal pasó a mejor vida. Atrás quedaron las ganas de derrocar al régimen de Fidel Castro, que asesinó a su padre porque se opuso al totalitarismo naciente. Desde siempre quiso estar del lado anticomunista de la historia.
El papel de estudiante de Fotografía al final de los años 80 es todo lo contrario. Llegó a la guerrilla salvadoreña por casualidad, cuando iba en busca de una foto, quería copiar eso que vio en la imagen lograda por un maestro, en la que el gesto de una mujer parece mostrar la niña que aún habitaba en ella. Se lanza en su búsqueda y en el camino sin rumbo encuentra las armas como oportunidad.
En un caso y en el otro, el mundo cambia y empieza a darle la espalda a la certeza que tienen hasta ahora. El joven fotógrafo encuentra la foto buscada, pero pierde lo que más ama, y ahora se arma. El veterano experto en acciones de guerra, encuentra en una joven agente cubana, una buena excusa para dar una perorata de pragmatismo, entre las pausas del sexo.
El uno llega hasta el centro de Europa tras la caída del muro y es protagonista de la caída de una fantasía: Yugoslavia se rompe en pedazos, Albania es una hoguera, y puede ver cómo la guerra hace bárbaros a los vecinos, sin mayores justificaciones. Las víctimas son iguales allá como acá, en donde se empieza a cocinar la paz dialogada. La esperanza de una Centroamérica mejor.
El otro, en cambio, anhela el retiro, pero no tanto. Su negocio va viento en popa. París es el escenario para encontrarse con esa espía cubana, entrenada por su propia madre hasta en las lides amatorias para hacer caer hasta al más guapo. Una pareja que se teme y se ama, pero al tiempo sabe que el mundo es complicado para seres como ellos, que la felicidad es un esquivo privilegio que apenas pueden paladear.
Dos obras que nos muestran desde otros lugares cómo la paz es un escenario inseguro para los hombres hechos en la guerra, y apostar por ella es más difícil que lo que los discursos pregonan
El vuelo de la piedra en frases
* Son aquellos que jamás dudan quienes viven más.
* No podría explicar cómo pueda llegar a pesar más la historia que la biografía.
* Su mirada altiva de ojos oscuros, que parecía ser capaz de desafiar al mundo entero y, al mismo tiempo, pedir a gritos un abrazo.
* Entonces me hundí en su abrazo como quien sale del agua a respirar.
* De la guerra, cualquiera que fuera su motivo, cualquiera su razón, me sabía de todo menos a salvo.
El mercenario que coleccionaba obras de arte en frases
* Los idealistas, los resentidos y los desvalidos son terreno fértil para la violencia organizada.
* Un hombre puede leer el alma de una criatura a través de su sexo.
* Nada pone más nerviosa a una mujer extrovertida que el silencio.
* No existe nada mejor que el horror para curtir los principios de un hombre.
* Las trampas trazadas por una mujer serán siempre un agujero infinito, insondable.
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