A Hannah Arendt no le gustaba que le dijera que era filósofa, así lo fuera por formación en la Alemania de las entreguerras. Prefería ser catalogada en el lado de la politología y definitivamente era una intelectual de amplio conocimiento, que no temía hablar y exponer sus puntos de vista sobre muchas cosas.
Marcada por su teoría de la banalidad del mal, la cual hizo célebre primero en sus reportajes para New Yorker del cubrimiento a Eichman en los juicios de Nuremberg y luego en su más famoso libro, Eichmann en Jerusalén, Arendt supo mostrarnos cómo cualquiera en ciertas circunstancias puede terminar siendo tan malo como el que más, y no cuestionárselo después.
Bastante bien nos caen sus lecciones por estos días de Colombia convulsionada. Editorial Taurus inaugura una serie denominada Clásicos Radicales con un libro que titula La pluralidad del mundo, una antología de textos de la judía alemana que a los 35 años llegó a Estados Unidos a aprender inglés y fue justo en esta lengua en donde construyó su más importante obra.
La introducción a cargo de Andreu Jaume nos introduce en los conceptos de Arendt, en sus influencias, en su vida misma y sus circunstancias y, por supuesto, en su legado intelectual. Nos guía por el pensamiento de esta mujer que sigue siendo un referente del pensamiento moderno.
El texto empieza por una importante entrevista que le hace Günter Gaus a Arendt, que nos permite conocer un poco mejor su manera de expresarse frente a los fenómenos que estudiaba. Luego avanza con extractos de ensayos, discursos, capítulos de libros y hasta cartas importantes, pues eran épocas en que el carteo dejaba importantes controversias al descubierto y ayudaba a iluminar el pensamiento.
Quiero destacar su visión de cómo se perdió la autoridad en el mundo, atada primero a Roma y luego la Iglesia Católica y en la medida en que estas instituciones dejaron de ser vistas como las que sentaban cátedra, las decisiones se volvieron relativas y con estas se perdió el respeto por las instituciones. Todo que ver con lo que nos está sucediendo en nuestro país, en buena medida. "Si se pierde la autoridad, se pierde el fundamento del mundo", así de categórica lo dice en el texto "¿Qué es la autoridad?
En la medida en que todo es válido, entonces no se tiene certeza por la autoridad y se tiende incluso a confundir autoritarismo con tiranía. Advierte ella que la diferencia radica en a pesar de que un gobernante autoritario intenta su voluntad, los contrapesos institucionales lo frenan; en cambio con la tiranía dista mucho, porque el poder del tirano se impone por encima de cualquier otra razón. A veces se emplea la crítica a lo uno con lo otro y se mete todo en la misma definición.
Nos advierte que la tradición, el conservadurismo, jugaba un papel clave en el mantenimiento de la autoridad, pero al teórico político del siglo XVII suponer que la autoridad y la religión se podían salvar sin la tradición, se equivocaron. La autoridad es parte de la institucionalidad y creer que se pueden tomar decisiones sin reconocerlo es entrar en un vacío que impide poder establecer unos mínimos como sociedad para entendernos y buscar el bien común.
Ella no da respuestas contundentes; como buena pensadora puso las opiniones en modo de pregunta y nos advierte que vivir en la política sin autoridad y que esta trasciende al poder es regresar a los más elementales problemas de la convivencia humana. Y añado: porque no hay contrato social que se pueda sostener si no reconocemos unos mínimos institucionales, una autoridad que ejerza para todos, no tiranía, como otros quieren hacer ver un principio elemental de cualquier democracia.
Este país necesita un diálogo consistente y consecuente, también cambiar muchas cosas, pero todo empieza por poder ponernos de acuerdo en unos mínimos para funcionar como Estado y eso es lo que nos está faltando y no eterniza en una patria ni siquiera boba, sino bobalicona. Perdón por la opinión, mejor lean a Hanna Arendt y #HablemosDeLibros y otros pensamientos más.
En frases
* Sigo pensando que la esencia de ser un intelectual consiste en hacerse ideas con respecto a todo.
* En términos morales e incluso políticos, esta indiferencia, aunque bastante común, constituye el mayor peligro.
* Lo que a mí me importa es el proceso mismo de pensar. (...)Y si consigo expresarlo adecuadamente por escrito, vuelvo a estar satisfecha.
* Pobre realidad si depende de que las personas crean en ella y den testimonio de ella.
* El totalitarismo busca no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que estos sean superfluos.
* Aunque curara el mal de la pobreza, muy probablemente atraería el mayor de la tiranía.
* Una vida que transcurre en público, en presencia de otros, se vuelve superficial.
* Pensar, aunque sea la más solitaria de todas las actividades, nunca es algo completo sin compañía.
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