Fanny Bernal O. * fannybernalrozco@hotmail.com
El duelo en los niños es tarea de adultos. Cuando acaece una contingencia como la enfermedad o muerte de alguien cercano, el camino del dolor y de la incertidumbre se anda mejor si se tiene un buen acompañamiento y una buena enseñanza.
Los niños siempre se dan cuenta de lo que hacen sus padres o cuidadores y cómo reaccionan a las enfermedades, la muerte u otras pérdidas. Se asustan y preocupan cuando ven a los mayores llorando o temerosos; sin embargo, esto no es excusa para no dialogar acerca de las emociones que experimentan ante estas circunstancias.
“Mi mamá se encerraba en el baño y salía diciendo que tenía un cólico, yo hubiera querido abrazarme con ella, pero siempre me mandaba a mi cuarto”, afirma Pablo, cuando recuerda los hechos, luego de la muerte de la abuela.
En algunas familias, de pronto hay un funeral y alguien muy querido desaparece de la vista, sin una explicación clara y menos que satisfaga a los niños.
El adulto asume su dolor y su duelo y excluye a los niños de esta experiencia y considera de manera errónea que así, les está ahorrando penas.
“Ya habrá tiempo para que mi hijo viva un suceso como estos, por ahora yo creo que hay que ocultarle todo lo que más pueda”. Comentaba una madre, después de la partida de su esposo y padre del menor.
Lo anterior significa, que al obrar de esta manera se les está negando a los niños el derecho de expresar, y de sentir Aunque seguramente aún habrá adultos que piensan que los niños no sienten la ausencia o que basta con entretenerlos y contarles alguna fantasía, para que no pregunten más y así los cuidadores se queden tranquilos.
Esta forma de actuar genera en algunos niños cambios emocionales que pueden ser de difícil manejo para las familias, por ello hay que invertir tiempo en hablar con ellos y en poner ejemplos, como la muerte de una planta, de un ramo de flores, de una mascota, la oscuridad y la luz, ciclos que son entendibles para cualquier niño.
Es necesario entender, que a los menores tanto la enfermedad, como la muerte, les causa temor, es importante entonces, que se les abrace y brinde afecto. “Mi abuela murió cuando yo tenía 11 años, pasó en mi casa porque vivía con nosotros, mi madre me explicó poco a poco de la enfermedad y de los cambios en el cuerpo de la abuela, luego cuando se estaba muriendo todos entramos al cuarto la besamos, nos despedimos y le cantamos, fue hermoso…”
Y no es que en este final no haya dolor, es que a pesar de la tristeza de acompañar en el deterioro por la enfermedad y posteriormente en el momento de la muerte -en este caso por ejemplo- se involucró a la niña en el ritual de despedida y se sintió no solo acompañada, sino que además acompañaba a otros.
Este testimonio ilustra que no es ocultar, ni mentir, la verdad es un acto noble y compasivo, que acorta distancias y permite que los niños sientan a los adultos más cercanos, en una experiencia tan significativa como la muerte, tanto para su vida presente, como para lo que aprenda de ella hacia su futuro.
Psicóloga
Profesora titular Universidad de Manizales
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