Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
El duelo en los niños es un asunto delicado que requiere atención, tiempo y consideración. Elisabeth Kübler-Ross, médica psiquiatra que el 24 de agosto pasado cumplió 13 años de fallecida, afirmaba que el duelo en los adultos es cosa de años, mientras que el duelo en los niños es asunto de toda la vida.
Explicar el deceso de un ser querido es de las tareas más difíciles de asumir, en tanto, hay que tener en cuenta la edad, lo que el niño sabe de la muerte, lo que ha escuchado de los adultos cuidadores y su vínculo afectivo con la persona fallecida.
Siempre es necesario sentarse con los niños a explicarles lo ocurrido, de manera concreta y simple. Quizás antes de los cinco años no surjan muchas preguntas. Este hace que los adultos consideren que ya no hay nada más que hacer, que todo ha salido bien, sin embargo, es fundamental aclarar que a esa edad los niños viven en un mundo de ilusiones, que les lleva a fantasear con el regreso de sus seres queridos. Ante esta situación hay que enfatizar y ser muy contundentes en que la muerte no tiene retorno y que jamás el ser amado va a volver.
Otro asunto, es lo que sucede con los niños de más de seis años, edad en la cual pueden entender un poco mejor las emociones, en especial, el dolor de la ausencia o el temor ante el sufrimiento de los mayores, respuestas emocionales de las que hay que conversar a pesar de la aflicción.
Es necesario recalcarle al niño que él no tiene la culpa de lo sucedido. Que la vida, indefectiblemente, siempre tiene un principio y un fin, y que esta experiencia causa dolor y miedo por algún tiempo.
Una mamá decía: “No sé qué decirle a mi hijo pequeño. Me da miedo que me vea llorando”. Es entendible esta inquietud, no todas las personas saben cómo tratar tales temas con los menores. Ante esto puede buscarse el apoyo de otros familiares o amigos para que conversen de lo sucedido. Es necesario que preguntas y respuestas cuenten con el lugar y el tiempo adecuados y sobre todo, en un clima de calidez, afecto y respeto.
A pesar de su dolor, el adulto cuidador, debe observar las actitudes del niño, estar atento a cómo duerme, si tiene pesadillas, si ha dejado de comer bien, si ha aumentado la ingesta de dulces o golosinas, si se ha aislado de sus compañeros, si llega del colegio a encerrarse en su cuarto, si está siendo hostil, si tiene frecuentes berrinches, si aparecen alteraciones en hábitos ya aprendidos, etc. Todo esto significa que el cuidador del niño, aún con su aflicción, tendrá que ser soporte para que el menor pueda paliar su dolor y expresarlo, con la seguridad de que está acompañado.
* Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
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