Fanny Bernal Orozco* fannybernalorozco@hotmail.com
La muerte muchas veces se convierte en una fría estadística para ser publicada y que, en el primer momento, genera gran asombro. Las personas al leer tales números afirman: ¡Qué pesar! y continúan con sus vidas como si nada. El asombro, entonces, es una emoción que dura muy poco y pasa rápido.
Sin embargo, no les sucede lo mismo a las madres, padres, familiares, amigos y demás personas que están presentes en los momentos en los cuales, la muerte llega a irrumpir e interrumpir la vida de los seres cercanos.
La muerte y el fallecido pierden su intimidad entre fotos, videos y comentarios que hacen personas que carecen de respeto, decencia y prudencia frente a los hechos de violencia y de dolor que los otros están viviendo. Los familiares, entonces, no solo deben sufrir el suplicio por la muerte de su ser querido o cercano, sino que -además- se ven envueltos en elucidaciones y suposiciones que otros hacen sin reparo, sin ponerse por un momento en los zapatos de los dolientes.
Y como si esto no fuera suficiente, estas muertes comienzan a ser parte de las gélidas estadísticas que, aunque son necesarias, son frías e indiferentes ante la pena y el sufrimiento. Cada muerte, cada asesinado en este país, tiene un rostro, un nombre, una familia, unos amigos, unos sueños que se han truncado, una vida que se ha segado por medio de las armas de los asesinos que pareciera, esos sí, que no tuvieran rostro, en tanto nadie da razón de ellos.
La muerte violenta y repentina da origen a muchas y diversas respuestas emocionales y familiares, que rompen sin clemencia con el orden que los dolientes tienen establecido en sus vidas diarias. En este sentido, la muerte llega acompañada de caos, miedo, desesperanza, rabia, desasosiego, ansiedad, impotencia, incertidumbre. Es pues, un gran nudo de emociones y sentimientos muy difícil de desatar.
Por este dolor y la confusión que un suceso en estas condiciones desencadena, es que la muerte de tantos seres humanos en este país no puede formar parte solo de las estadísticas. Esto es, por decir lo menos, insensible, despiadado y conlleva una gran falta de empatía con los dolientes, cuando sólo se habla de cifras, diariamente en las primeras planas de los periódicos y noticieros y los lectores expresan: ¡Qué pesar!
La empatía invita a pensar en el dolor de los dolientes y en cada una de las familias que lloran a sus muertos y claman de impotencia, ante la barbarie de actos inhumanos que arrasan y destruyen la vida y los sueños de niños, jóvenes, adultos, viejos, quienes tan pronto mueren, comienzan a sumar para las frías estadísticas de la brutal violencia de este, nuestro país.
Y mientras tanto, las autoridades y las investigaciones, esas si, en modo confinamiento y en prolongada cuarentena.
* Psicóloga - Profesora titular de la Universidad de Manizales.
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