Hace muchos, muchos años, Colombia está de duelo. Lo advirtieron nuestros más antiguos antepasados y los más recientes, lo están aprendiendo los jóvenes y lo vivimos en tiempo presente quienes hemos visto y en ocasiones sentido el dolor de tantas muertes, desapariciones, falsos positivos, desplazamientos, ajusticiamientos, descuartizamientos, torturas, asesinatos, en fin violencia social, sexual, económica, política, familiar y emocional.
Ha sido y es demasiada la sangre derramada y el dolor infligido; Colombia está teñida de rojo sangre, de rojo violencia. Hoy se asesina en vivo y en directo, lo que muestran los medios, no son escenas de películas, son la realidad y en el mismo momento en que suceden los hechos.
Son imágenes que agudizan no solo el dolor, sino también la rabia, el miedo, la venganza y la desesperanza, sucesos que forman parte de esta espiral que crece al ritmo de la impunidad, la indiferencia, la indolencia y la negligencia de gobernantes que carecen de humanidad y empatía.
Tramitar los duelos en estas condiciones, no es nada fácil, en tanto no es un solo duelo, conlleva además la pérdida de las ilusiones, los proyectos, los sueños, del lugar que ese ser amado ocupaba en una familia o en una comunidad.
Para las víctimas, su duelo es un camino de sufrimiento y pueden pasar años para que puedan alcanzar una reparación emocional, ya que en aras a sobrevivir posponen la expresión de las emociones y sentimientos lo que afecta su salud mental y emocional.
Los duelos por muertes violentas, dejan a los dolientes en estado de indefensión e incertidumbre, tanto es así, que pueden perder el control de sus vidas, o sentir miedo para reemprender las tareas cotidianas y adaptarse a los cambios que devienen con esas muertes.
Las muertes que ocurren como resultado de hechos violentos, dejan la mayoría de las veces secuelas emocionales en los dolientes, que dadas las condiciones de salud mental de nuestro país no llegan a recibir jamás ningún tipo de atención profesional.
Hacen falta años para sanar los duelos, para gritar los lamentos y clamores de dolor y de impotencia, para asumir los lutos, para sanar las ausencias y para curar las heridas. En un país en el cual, su mapa está teñido de sur a norte y de oriente a occidente de sangre, se requiere tiempo para generar ritos colectivos que ayuden a la sanación y a la reparación emocional.
* Psicóloga, profesora - Universidad de Manizales
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015