Esteban Jaramillo

En el palco estaba. Arriba, como el sentimiento. Con mi equipo, en la buena y en la mala. Con apoyo irrestricto esperando un resultado, que llegó con poco juego y confundió a los hinchas, que alternaban reproches y aplausos.

El día de la despedida para una campaña sin registros históricos con eliminación, pérdidas económicas y, sobre todo, despilfarro de la confianza de los aficionados. Todo a la basura. Todo en el año, perdido.

De fútbol en la cancha, poco o nada. Como ha sido costumbre, durante la temporada. El balón escondido. Errores en aumento desde el arquero nervioso, a quien sus compañeros le reprochaban, hasta Londoño con sus desesperantes centros, sin medida. Solo chispazos de Reina, contagiado en la modestia y Rodríguez con sus traslados, buscando fórmulas alternativas.

Para colmo, su gol, el de Londoño, lo celebró a lo Riquelme, como el Topo Gigio (!vaya herejía!) tapando sus oidos. Reprendido luego por los aficionados enardecidos cuando fue relevado ( o expuesto por su técnico que con tosudéz lo mantuvo todo el año).

Período de análisis, después de la caída, que ya tiene cola. Libreta en mano, con estadísticas, el presidente Castrillón analiza presente y futuro. Confirmado el técnico, congelado el traslado de Ménder García a Nacional, renovado Lemus, y la escoba en acción.

Reina en remojo por costos; tiquete sin retorno para Lizarazo, Salcedo, Darío Rodríguez, Peralta, entre muchos. En duda Edis Ibargüen. Confirmados los porteros y los jóvenes a estudio. Por ahí hay un Pájaro que ojalá tome vuelo y se marché.

Cuando Carbonero goleaba con brillo, en el cierre, su nombre se agitaba, a la misma hora, en la argentina, con poder seductor ante los empresarios, que le siguen.

Bodhert prisionero de sus dudas. Sin reacción, para explorar fórmulas alternativas. Es tan previsible, tan débil su liderazgo. No da pistas sobre nuevas posibilidades, no anima su ejercicio de rediseño, en una desesperante inercia de su proyecto.

Y el negro ahí. Hablo de Londoño, Bodhert y Carbonero.