Esteban Jaramillo

@estejaramillo

Ganó bien el Once Caldas, pudo golear... o ser goleado. Pobreza en su rival encopetado, Nacional, en su peor versión: sin ritmo, fuera de forma, sin distancia, sin sensibilidad de toque, inefectividad en el gol, con una defensa en extremo vulnerable. El peaje por los confinamientos que pagan tantos equipos.

El Once, en dos partidos, seis disparos a la portería, para una renta de cinco goles que lo catapulta a la cima.

Ganó y mejoró. Sus jugadores elevaron su nivel para justificar la victoria irrefutable. Ganó también por el "Pecoso" Correa, jugador de dos áreas, confiable en su tarea; por Ortiz, exigido y con respuestas de portero ganador, Rodríguez, brújula del juego combinado y Carreazo y Rojas, con su velocidad dominante.

Ganó por la simpleza de sus goles, los que no necesitaron profunda elaboración. Toques con efectividad. Dos protagonistas en cada uno de ellos, el lanzador y el ejecutor. Pelota quieta o jugada en movimiento.

La cereza para el postre fue Dayro en su regreso. Su presencia elevó el ánimo de los aficionados ausentes, motivando una ferviente expectativa, aunque en el partido poco aportó.

Bodhert sonríe y saca pecho. Sus jugadores también. Con fórmulas simples plantea un equipo ganador, a pesar de las debilidades defensivas evidentes, sin equilibrio en sus bloques. Atacar es menester dentro de su credo, para maquillar sus lamentos sin el balón.

Felicidad entre el público por el saldo, frente a rivales con pasado. Así los pontífices de las tácticas se rasguen las vestiduras porque en muchos casos no funcionaron de manera adecuada. El fútbol no es de esquemas rígidos sino de emociones, así sean pasajeras.