Esteban Jaramillo
@estejaramillo
La mejor manera de enfrentar el cinismo que, con violencia, pone en jaque al fútbol desde el exterior de los estadios, es ganar o empatar con la selección Colombia.
Para el pueblo, cada partido es una fiesta que maquilla la zozobra de los malos momentos, desplazando por horas, los efectos de una enfermiza crisis.
Colombia con cuatro puntos, buena cosecha, sin optimizar el rendimiento, defensiva, miedosa, con una propuesta restringida al esfuerzo y no a la técnica, indiscutido valor de nuestro estilo, recuperó la confianza y se perfilo temporalmente para ir al mundial.
No hay equipo aún porque el trabajo de Rueda, el entrenador, apenas comienza. Hay jugadores competentes, pero, no nos engañemos, no hay un modelo de juego ajustado a las exigencias, sincronizado, que brinde un pleno optimismo.
La tapada de Ospina al latigazo de Messi en el minuto 38 del segundo tiempo, vale no solamente un empate. Era el 3-1 que liquidaba el partido. En David sus manos salvadoras, siempre presentes.
Luego la consistencia de Cuadrado, hombre símbolo, para intentar una y mil veces, con rápidos desbordes, hasta encontrar el balón salvador que cabeceo Borja, limpio y preciso; llevaba rato el artillero de Junior, paseándose inactivo y peleando con el árbitro y los rivales. Fueron ellos, Ospina, cuadrado y Muriel desde su ingreso, quienes le dieron vida a un equipo sin alma, sin manejo del espacio reducido, en siesta, asustado y nervioso, que por desconcentrado volvió a regalar su portería desde el arranque.
En aquellos momentos mucho se extrañaba a James, en su mejor versión, a Quintero, a Fabra y Arias, extremos defensivos, profundos en el ataque. También a Cardona y Barrios, quienes ingresaron, pero no jugaron.
Reinaldo le hablo al público desde el camerino con una alineación que despertó pocas expectativas de triunfo, mucho respeto a Messi y a su equipo que también trotó en muchos periodos del partido. Sus mejores jugadores, los mediocampistas Paredes y De Paul y su zagueros Romero y Acuña, lo que dice mucho de su planteamiento.
Un árbitro permisivo ante la pérdida de tiempo, que perdonó expulsiones a Mina, Paredes y Otamendi, omitió un penalti y no oculto su favoritismo.
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