Esteban Jaramillo

@estejaramillo

No es un deleite ir al estadio, en Manizales.
Aquellos locos lindos, descamisados, que en el pasado brincaban de alegría, cuando el Club jugaba y deslumbraba, se transformaron en energúmenos barristas a punto de explotar.

Amenazantes, con insultos, llenan de tensión el ambiente y atenazan a los futbolistas que actúan con temor.

Son tardes con silbidos, vocabulario de letrina, por la mediocre campaña actual, en situación tan crítica que un centímetro hay entre el abucheo y la agresión. Parecen, las tribunas populares, un pelotón de matones, a punto de saltar al campo, con peligrosas amenazas.

Piel dura y mucho valor necesita un futbolista para soportar la tensión.

No a todos les rebotan los insultos y pueden actuar con naturalidad, lo que parece no encontrar solución.

Por ello, por los miedos, les rebota la pelota en los pies, son defectuosos los pases, prefieren jugar hacia atrás con desconfianza, les cuesta llegar al gol o mantener un buen resultado.

Alejaron los futbolistas con sus exhibiciones y los bárbaros con su comportamiento, a los aficionados fieles de las tribunas, muchos de los cuales, ávidos de fútbol, migraron a los escenarios populares, alternativos, donde encuentran placer.

Proliferan los torneos de fin de año, con asistencias para resaltar y entusiasmo en las tribunas que se hacen familiares.

Allí los futbolistas, muchos descartados por entrenadores miopes que pasaron por el Once Caldas, se exhiben con disfrute en una evidente y sana rivalidad.

Ese fútbol es mejor, por la pasión de los chicos al competir, muchos de los cuales no dejan morir sus ilusiones y corren inagotables como en las canchas de barriada, donde empezaron a jugar.

Es fútbol para aficionados gomosos, dispuestos a liberar tensiones, comiendo frutas, tomando café, charlando con amigos, mamando gallo, tras la huella de jóvenes valores que de seguro tendrán que emigrar, porque en el club de la ciudad no tienen opción.
Allí está la fiesta hoy. La del estadio hace rato acabó.