Esteban Jaramillo
@estejaramillo
El nuevo presidente de la Dimayor se ve como los pollos de Kokoriko: “Sin presa mala”. Por lo menos eso se deduce por la reacción a su llegada y la recepción a sus propuestas.
Pasó por el filtro destructivo del prejuicio, que es mucho decir. Por el escrutinio escrupuloso de quienes lo escogieron y por la manipulación desvergonzada de los periodistas que se creen dueños del poder.
En plena pretemporada de su gestión, abrazos, guiños de ojo con picardía y un abrumador voto de confianza. Todos conformes, aunque, por lo prematuro, resulta imposible medir los alcances de su gestión.
Se ve con optimismo su gobernabilidad, que puede ser la de un líder exitoso, como tantos en el pasado, o un títere manipulado por patrones, “duros de matar”.
Es, el suyo, un reto gigantesco. No pasa solo por llegar, pavonearse entre micrófonos, reinar sin estabilidad o convertirse en monigote de radio o de TV.
Mundo complicado al que llega. Con retos inmediatos como el regreso con salud del fútbol, la reforma estatutaria, el rejuvenecimiento de los torneos, los derechos de transmisión, la renegociación con los patrocinadores, la diplomacia en las gestiones oficiales, dentro y fuera del país. El dopaje, los árbitros, el fútbol femenino, la relación laboral de los futbolistas con los clubes, el respeto al dinero de los abonados y el retorno paulatino de los hinchas a las gradas.
Dinero y fútbol son el reto. Defensa del negocio y del juego. De ello dependerá su permanencia en el cargo.
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