Esteban Jaramillo
@estejaramillo
En estos días complejos de insurrección, de protestas callejeras, del pueblo contra el poder, de anarquías provocadas, juega la terapia preferida, la selección Colombia. Pero no gusta, gana con poco, no alienta el espíritu del hincha y desinfla su pasión.
Como sofisma se argumenta que el equipo es experimental. Y, de paso, las confusas vidas de Falcao y James, tan cercanos a Pékerman en el pasado, tan distantes de Queiroz, con misteriosas dolencias, en medio del manipulado silencio sepulcral de los voceros de la federación.
Queiroz aún no hace realidad el poder transformador que predica con palabras rebuscadas. Su ideología no identifica nuestro estilo, no perfila un equipo ideal, estrecha las vías del juego, porque prefiere intensidad por encima de la calidad.
El trámite de los partidos no se refina. El resultado, en ocasiones, es a favor, pero infeliz.
Colombia tiene buenos jugadores, pero sin alegría. Líderes no hay, conductores clásicos en el enredo, tampoco. Tantos prisioneros del miedo que los conduce a jugar sin soltura, sin naturalidad, condenados a correr, a sudar, pero no a brillar.
En este dilema de jornaleros a artistas, con alaridos chauvinistas que desde micrófonos maquillan la verdad, la Selección produce plata que satisface la codicia, pero no actúa para fortalecer la fe del pueblo.
La fiebre amarilla está en declive, en un viaje al futuro con obstáculos, porque el fútbol de Queiroz sigue en duda. Una cosa es simpatía, otra efectividad. Tanto va de la charlatanería a la realidad.
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